jueves, 5 de abril de 2012

El remanso

El Remanso

Estoy sentada en una sala fría y blanca esperando a mi editor, pienso que no le debe ir tan bien como a mí ya que estoy sola en este recinto, estoy nerviosa porque tarda demasiado y la respuesta que espero es muy importante para mi futuro.

Acaba de llegar su secretaria, no comparto la idea de ponerle un uniforme blanco, hay demasiada luz, faltan colores que alegren el alma y den un tinte de gracia a la vida. Yo particularmente lo hubiera decorado con mucho verde, con plantas que llenaran de esperanza a la gente que se acerca a dejar sus angustias en esta sala durante horas. La secretaria se acerca y me toma del brazo, quiere acompañarme a otro lugar, ¿será que Don Eusebio no pudo llegar a la cita?

Eso me recuerda la última vez que nos vimos, apenas ayer, me citó en la cafetería “El Remanso”, yo le había llevado un material para que lo revisará, y él, Don Eusebio, me miraba ausente y con cara de tristeza. Ya sé que hablo mucho, todos me lo dicen y de verdad hago el intento… cada mañana me propongo al levantarme ser comedida y lógica en mis planteamientos, pero como no tengo mucha gente a mi alrededor que pueda escucharme, se me van acumulando las ideas y los pensamientos se aglomeran intentando salir y comienza la lucha, a veces logro controlarlos, otras me ganan ellos, entonces los dejo salir porque son parte de mi.

Ayer tarde le mostraba mis adelantos cuando hizo un ademán para que me detuviera, sentí que todo a mi alrededor se paralizaba, el aroma del café se quedo prendido a mi olfato, las personas que ocupaban las otras mesas del lugar comenzaron a desdibujarse, logrando un efecto extraño, como si fueran una pintura de Monet , en mi interior podía sentir la sensación de frío que recorría mis venas congelando mis órganos, quería hablar y no acudían a mí las palabras que quería pronunciar, sentí el horror de no poder dominar mis actos y huí de allí precipitadamente, atrás quedaba un Don Eusebio con los ojos desorbitados y restos de café esparcidos en el suelo, al lado de la taza de la que había estado bebiendo.

Al salir del lugar me cegó la luz, y ya no recuerdo nada más, por eso estoy aquí, en la oficina de Don Eusebio Carranza, quiero pedirle disculpas tras mi aparatosa marcha de ayer y que sigamos revisando papeles, por cierto, no los he traído, pienso que él se quedó con mis manuscritos y me gustaría recuperarlos.

-Dígame señorita, ¿A qué hora cree que llegará Don Eusebio?
-Un poco más tarde Adriana, de momento acompáñame que te tocan tus medicamentos.

No sé qué tiene que ver la secretaria de Don Eusebio con los medicamentos, tal vez él le comentó de mis dolores de cabeza.

La secretaria me conduce con cariño a un jardín muy hermoso, menos mal que hay infinidad de colores, rosas amarillas y geranios rojos y púrpura en medio del verdor que lo envuelve todo. Hay otras personas que también deben estar esperando a su editor. Todas deambulan por el jardín, ¡pero qué extraño!, todos han escogido el mismo vestido que yo. ¡Qué falta imaginación!

Siento un aroma delicioso a café, mi mirada busca alrededor y entre los árboles cercanos puedo leer un aviso medio oculto entre las ramas “El Remanso”




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