domingo, 29 de abril de 2012

Gracias maestro


Grande de los grandes del 27. Hoy, 73 años sin ti. Hoy y toda mi vida contigo

"Caminante no hay camino, sino estelas en el mar.”




Estoy nervioso. Sólo pensar que te voy a escribir hace que me tiemble el pulso.
No es fácil escribir sobre alguien que narró y vivió en un nivel superior, aunque jamás lo reconoció. Era tan grande su humildad, tan semejante a la de ese Jesús, al que cantó sus proezas, nunca sus sufrimientos. Si el profesor creía en algo, no era una creencia al uso. Pero por sus actos, se diría, que era un fiel seguidor del que anduvo en la mar. En la mar, sí, como lo dice la gente de su Andalucía, porque él fue sevillano, pero ciudadano de España. Le cantó a su Sevilla, pero también a sus campos de Soria, a sus tardes madrileñas, al Guadalquivír y al Guadarrama.
No necesitaba, a veces, rima alguna para recitar poemas en prosa, poesía del corazón, las letras del alma. Un 22 de febrero viajó a mejores tierras. Hoy quiero hablarle...

Nadie lo hizo, ni hará como tú. Nadie le cantará como tú a esa belleza que tienen las cosas simples. Podías dedicarle letras maravillosas a las odiadas moscas, y al leerlas ya no me parecían tan pesadas. Su visión de España y de la esperanza recién florecida. Desde la mitad sana de un roble viejo alcanzado por un rayo, nace un brote verde.
¿Cómo te puedo escribir, maestro? ¿Cómo podría plasmar en palabras la admiración que siento por ti? por tu sinceridad, por tu valentía, que te costó el exilio, breve pero muy duro. Tan triste que te llevó con él. Quizás si la noticia de tu plaza en el rectorado de Cambridge hubiera llegado antes...
Con el pasado efímero, hoy me enseñas el presente, los tiempos no cambian don Antonio. El marinero de tu parábola se fue por esos mares de Dios, pero dejó a toda su estirpe. Espero que algún día florezca el huerto y la primavera no se vaya nunca más. Ese es el deseo que pido cada vez que paso por el huerto claro donde aún madura el limonero. Pido que el patio de Sevilla vuelva a cantar por alegrías, que dejemos la soleá por un tiempo, que el profundo fandango de Huelva termine por bulerías con letra de tu amado Federico García Lorca. Que tus viejos sueños, que son mis nuevos sueños, aparten a la oscuridad real. ¡Que muera don Guido por fin!

Te visité en tu última morada, a bordo y ligero de equipaje como los hijos de la madre.
Cómo explicar con palabras, que fueron tu don, lo que me embargó cuando me senté a tu lado, esa camaradería que sentí, maestro y compañero. El odio irreprimible que volvió a aflorar de mis más bajas entrañas. Al mismo tiempo me sentía bien a tu lado, lleno. Paz y musas, alegría de tenerte cerca, alegría de vivir para contar que estuve un rato a solas contigo.
Desde niño paso por la casa que te vio llegar y ahora conozco el lugar por donde marchaste... Tan solo me queda seguir tu estela en el mar.

Hasta siempre maestro.

Carlos Valdés Cervantes.

jueves, 5 de abril de 2012

Dentro de un sueño violado


DENTRO DE UN SUEÑO VIOLADO
El hombre dormido ya se mueve, está por despertar. Hace falta alguien que lo releve, alguien que se eche a dormir pronto, pronto y prosiga ese sueño.
No comprendí esa angustia espesa en los ojos de Micaela, cuando me pidió, casi me exigió, que corriera hacia el muelle y vigilara en el recodo, una casucha abandonada donde dormía un hombre, debía llegar antes del amanecer y en cuanto se levantara debía tomar su lugar. Al principio me negué a ese insólito pedido, pero al oler su desesperación sentí la responsabilidad de formar parte de su angustia, si con ello contribuía a su tranquilidad y a la vez cumplía con su jefe gruñón y cascarrabias que no la dejaba marchar.
Corrí calle abajo salpicando mis medias en los charcos de las calles maltrechas y poco iluminadas que conducían al muelle. Casi sin aliento penetré en la penumbra del húmedo lugar y justo al dar la vuelta al callejón vi al hombre, se desperezaba en el catre, se rascaba la cabeza rala y miraba a su alrededor. Hizo un gesto incomprensible, como de incredulidad y se levantó para marcharse sin mirar atrás. Literalmente me lancé al improvisado lecho, el corazón me latía incontenible ante lo desconocido, a pesar de la repugnancia que me producía el maloliente lugar, me senté conteniendo la respiración y me eche boca arriba. Una densa bruma me envolvió y sentí que descendía vertiginosamente, pensé en Micaela…
Se movían lentamente, eran diminutos personajes que parecían cobrar vida, parecían entenderse entre sí, todos menos una, una mujer que lucía desorientada, quería salir de aquel entorno, huía y parecía gritar pero yo no podía escuchar sonido alguno. Caminaba mirando siempre si alguien la perseguía y su tristeza se mezclaba al horror que la embargaba. Traté de tenderle una mano pero no me veía, ya amanecía y el sol la cegaba. No sé cuántas horas pasaron ni cuanto caminó aquella angustiada mujer. Sentí que de pronto las figuras comenzaban a moverse más lentamente y que a mí me sacudían en el catre intentando apartarme de aquel mundo onírico Abrí los ojos y frente a mi había una mujer, sus rasgos me eran familiares pero volvía a caer en el estupor del sueño.
-Soy yo- me gritaba
-¡Despierte ahora por favor!
Me incorpore haciendo un esfuerzo sobre humano y la vi. En su angustia sonreía y me agradecía haberla sacado de un sueño que no le pertenecía.
Solo ella, Elsa Grau había logrado volver de las brumas que envolvían el muelle.
Los vendedores de chocolatinas seguían especulando frente a aquella mujer que dormía profundamente desde la segunda función del cine del barrio.

El grillo


El Grillo


-¿Crisóstomo me vas a acompañar al operativo?

-¿El del chamo con cara de yo no fui?

-Si, ¡tu sabes! Esa vaina ya no se puede demorar más, si no la responsabilidad será nuestra.

-¿y si no es?

-Esta tarde lo confirman y le caemos

-Está bien, pero no creo que lo autoricen todavía

-¡Apuesta pues! Me preparas un sancocho si tengo razón

-¡Hecho! Pero antes de las 5pm. Hoy quiero llegar temprano al rancho.

-Si chico eso es caerle y encanarlo de una.

Amanece y tengo mucha sed, frente a mí corren las ratas nauseabundas, no sé si me ignoran o simplemente me creen parte de su entorno, la noche dibuja sombras del pasado y una vez más pienso como hubiera sido mi vida de haber tenido solo una cosa; fuerza de voluntad.

Hace siete años vivía con mi familia en Maracay, una ciudad industrial, llena de futuro para sus habitantes, en casa tenía todo, una familia con sus más y menos como todo el mundo, un par de hermanos inquietos y desordenados y unos padres preocupados por sus hijos. Yo apenas estaba comenzando una carrera universitaria con grandes posibilidades de salir airoso, pues venía de un bachillerato con excelentes notas. Allí en la más grande casa de estudios fue donde comenzó a tambalearse mi futuro, cuando creí tener el mundo en mis manos y me sentía invulnerable.

Tenía éxito con las chamas, ¡vaya si lo tenía! se me acercaban primero por mi aspecto, cabello claro y piel tostada por el sol, además de un físico de deportista ocasional, me sentía en la cima del universo y luego por mi desenvoltura y amplios conocimientos de diversos temas de la actualidad.

Comencé en arquitectura a los 19 años, amante del arte en todos sus géneros, pensé que esa carrera me permitiría estar en contacto con estas expresiones además de ser productiva, eso para complacer un poco a mis padres que decían siempre que solo con arte moriría de inanición, si me vieran ahora… gracias al arte puedo comer de vez en cuando. ¡Yo me río de la vida y ella me mira con sarcasmo! Ya sale el sol y comienzan los transeúntes a recorrer las calles, las cornetas de los autobuses opacan el canto matinal de las aves. Dentro de poco el centro comercial comenzará a tomar vida. Aquí he conseguido algunos amigos generosos que me ofrecen un café o un bocado de comida cuando el hambre acecha. Me acerco al cafetín, y Dora me deja pasar al baño donde me aseo en la medida de lo posible, en mi busaca llevo palmas de coco, un par de libros y una franela, aparte de un resto de tubo de crema dental que logré obtener de la casa de la esquina donde hicieron limpieza la semana pasada. Al salir me encuentro preparado un café y un pan que agradezco inmensamente. Ella siempre me mira con ojos interrogantes, sé que quisiera saber mi historia, pero no puedo revelar detalles que pongan en riesgo mi nuevo modo de subsistir.

Actualmente vivo en Cumaná, una ciudad costera famosa por ser la primogénita del continente y por la animosidad y simpatía de sus habitantes. Aquí he conseguido sosiego después de recorrer muchas ciudades y a pesar de ser un indigente refugiado en el vestíbulo de un Centro Comercial.

Los vendedores ambulantes van ocupando sus puestos, las ratas han desaparecido de la escena y los pasillos se llenan, doña Elvira es la señora que vende queso, Matilde la tortera, Hernán vende libros y el chamo Julián que vende CD copiados, cada uno ocupa su espacio y respeta el de los demás a través de un tácito código de honor. Minutos más tarde comienzan a abrir sus puertas los comercios y las tiendas se iluminan de luces artificiales, olores a perfume, comida y cuero, crean un ambiente de ciudad a lo que pocas horas antes era mi antro particular.

Me ubico en mi esquina y en pocos minutos logro dar forma a las palmas de coco y surgen figuras de insectos que deleitan a los niños, y a veces también a los grandes que en el fondo aún conservan alma de niños. Los preferidos de todos son los grillos, en tono verde o marrón si la palma está muy seca, hay quienes me piden figuras personalizadas, también las hago, pero me gustan los insectos, me apasionan sus misteriosas vidas organizadas y perfectas, donde nada aparte de un pisotón puede alterar su existencia. Nosotros nos dejamos influenciar con más facilidad, los pisotones que nos da la vida son más fuertes y yo soy un ejemplo de esta teoría tan particular.
Hace días pasó por aquí el encargado de turismo de la ciudad de Cumaná, le gusta la labor que estoy haciendo y me ofreció ayuda a cambio de una entrevista, la verdad yo no estoy interesado en darme a conocer, prefiero pasar desapercibido y de esta forma siento que pago mis culpas y algún día podré redimirme ante los ojos del mundo. Pero él insistió y me hizo el reportaje. Yo simplemente me identifiqué como “El Grillo” un alma errante en busca de paz.
La salida del colegio es la hora que más me gusta, me rodean decenas de niños y niñas que cuentan y reúnen sus monedas para que yo con mis manos mágicas les haga animalitos de palma, me gusta escuchar sus risas, las historias inverosímiles que surgen de sus mentes inocentes mientras hacen luchar a los insectos imaginando que son monstruos legendarios.

Esta tarde en particular fue muy triste, en medio de la algarabía infantil comenzaron a sonar sirenas y llegó al Centro Comercial una patrulla de la policía, yo no atinaba a comprender qué sucedía, cuando dos uniformados se acercaron a mí y sin mediar palabra, me inmovilizaron con esposas y me rodearon. Los niños me miraban con curiosidad, estaban presenciando un episodio real, ya no formaba parte de sus juegos. Eso me hizo recordar aquella primera vez cuando frente a mi familia tuve que bajar la mirada y tragarme mi vergüenza.

Atrás quedaban las palmas de coco y los grillos tirados en el suelo.

-¡Fácil! Crisóstomo, mételo en la jaula y págame la apuesta, ¡yo tenía razón!

Después de meterme en la patrulla a empujones, los escuche hablar por radio en tono de triunfal, di una última mirada a mi libertad y me acomode como pude en el estrecho cubículo enjaulado.

-Comandante, le informo que ya tenemos al sospechoso en la patrulla para proceder a confirmar su identidad. Responde al nombre de Oliver Liso, pero se hace llamar “El Grillo”
-Sí, la descripción corresponde a la persona que estamos buscando desde hace un buen tiempo. De resultar positivo, tendremos en nuestro poder a un peligroso delincuente, acusado de violación, atraco a mano armada y homicidio en complicidad con Alfonso Rey, el criminal que incita a los jóvenes universitarios que recién comienzan, los envuelve en el mundo de las drogas y luego los utiliza para llevar a cabo sus delitos.

-¿Por qué estabas tan seguro?

-Yo tengo mi gente pana, Dora sospechaba y mi hermano Sebastián, tu sabes el que trabaja en turismo me lo confirmó.

El remanso

El Remanso

Estoy sentada en una sala fría y blanca esperando a mi editor, pienso que no le debe ir tan bien como a mí ya que estoy sola en este recinto, estoy nerviosa porque tarda demasiado y la respuesta que espero es muy importante para mi futuro.

Acaba de llegar su secretaria, no comparto la idea de ponerle un uniforme blanco, hay demasiada luz, faltan colores que alegren el alma y den un tinte de gracia a la vida. Yo particularmente lo hubiera decorado con mucho verde, con plantas que llenaran de esperanza a la gente que se acerca a dejar sus angustias en esta sala durante horas. La secretaria se acerca y me toma del brazo, quiere acompañarme a otro lugar, ¿será que Don Eusebio no pudo llegar a la cita?

Eso me recuerda la última vez que nos vimos, apenas ayer, me citó en la cafetería “El Remanso”, yo le había llevado un material para que lo revisará, y él, Don Eusebio, me miraba ausente y con cara de tristeza. Ya sé que hablo mucho, todos me lo dicen y de verdad hago el intento… cada mañana me propongo al levantarme ser comedida y lógica en mis planteamientos, pero como no tengo mucha gente a mi alrededor que pueda escucharme, se me van acumulando las ideas y los pensamientos se aglomeran intentando salir y comienza la lucha, a veces logro controlarlos, otras me ganan ellos, entonces los dejo salir porque son parte de mi.

Ayer tarde le mostraba mis adelantos cuando hizo un ademán para que me detuviera, sentí que todo a mi alrededor se paralizaba, el aroma del café se quedo prendido a mi olfato, las personas que ocupaban las otras mesas del lugar comenzaron a desdibujarse, logrando un efecto extraño, como si fueran una pintura de Monet , en mi interior podía sentir la sensación de frío que recorría mis venas congelando mis órganos, quería hablar y no acudían a mí las palabras que quería pronunciar, sentí el horror de no poder dominar mis actos y huí de allí precipitadamente, atrás quedaba un Don Eusebio con los ojos desorbitados y restos de café esparcidos en el suelo, al lado de la taza de la que había estado bebiendo.

Al salir del lugar me cegó la luz, y ya no recuerdo nada más, por eso estoy aquí, en la oficina de Don Eusebio Carranza, quiero pedirle disculpas tras mi aparatosa marcha de ayer y que sigamos revisando papeles, por cierto, no los he traído, pienso que él se quedó con mis manuscritos y me gustaría recuperarlos.

-Dígame señorita, ¿A qué hora cree que llegará Don Eusebio?
-Un poco más tarde Adriana, de momento acompáñame que te tocan tus medicamentos.

No sé qué tiene que ver la secretaria de Don Eusebio con los medicamentos, tal vez él le comentó de mis dolores de cabeza.

La secretaria me conduce con cariño a un jardín muy hermoso, menos mal que hay infinidad de colores, rosas amarillas y geranios rojos y púrpura en medio del verdor que lo envuelve todo. Hay otras personas que también deben estar esperando a su editor. Todas deambulan por el jardín, ¡pero qué extraño!, todos han escogido el mismo vestido que yo. ¡Qué falta imaginación!

Siento un aroma delicioso a café, mi mirada busca alrededor y entre los árboles cercanos puedo leer un aviso medio oculto entre las ramas “El Remanso”




No hay estrellas en el paraiso




No hay estrellas en el paraíso
Vivo en el paraíso y es casi igual al que me describió mi madre ¡La recuerdo tanto! Era una mujer muy querida por todos, se veía redondita, siempre llevaba largas faldas de colores que se movían al compás de sus pasos, su piel era como las piedras negras que nos protegen del mal de ojo y sus labios gruesos y colorados me llenaban de besos. Su cabello rizado igual al mío nos hacía reír cuando jugábamos a que eran pequeños resortes, estirábamos un mechón y rebelde volvía a su lugar una y otra vez, su mirada amorosa me convertía en el mejor de los niños. Ella siempre tenía razón, por eso sigo sus consejos a pesar de haberla perdido en medio de la noche. Es como si aún estuviera a mi lado y pudiera escucharla y sentirla en todo momento. Cuando tengo frío y miedo pienso en ella muy fuerte y todo pasa. Yo también soy como la noche, es decir mi piel es oscura y mis ojos según ella son las estrellas que se ven titilar en la noche. Tengo 10 años y me llamo Mombo, aunque aquí me han cambiado el nombre y ahora me llaman Rodolfo. La señora Belinda es la directora, es una mujer muy alta y delgada del color de la luna. Hoy me llamó muy temprano a su oficina para avisarme que me vendrán a buscar. Alina fue la primera en marcharse. Yo no me quiero ir, fue difícil llegar a este gran edificio verde para tener que abandonarlo ahora. La directora dice que una nueva vida me espera ¿será otro paraíso? ¡Estoy tan confundido! Aquí me están enseñando muchas cosas y me dan comida todos los días. Tampoco sé muy bien por qué a los niños nos trajeron a este lugar, parece que todos vivieran aquí. Hay muchas camas, una para cada uno, también hay juegos, libros con hermosos dibujos y lápices para colorear. Me dijeron que en las letras grandes de afuera dice “Centro de Acogida para Niños Inmigrantes” pero esas palabras tampoco sé lo que significan.
Desde el patio puedo ver la ventana de la dirección. Me gusta mirar las caras de las señoras y sus esposos cuando vienen y revisan las carpetas de la directora, en esas carpetas están las fotos de todos los niños y las miran una y otra vez. A veces levantan la mirada hacia la ventana y la señora Belinda señala a alguno de nosotros. Esta mañana unos ojos parecidos al color del mar me miraron y la señora bonita me sonrió.
Ella, mi madre, me dijo que el paraíso era verde y era la libertad. Esa última parte no la comprendo mucho ¿qué es la libertad? Le temo a la noche y a la vez me hacen falta las estrellas. Pensé que podría verlas desde el paraíso como las veía desde la choza en las noches calurosas, en el lugar donde nací, en África donde brillaban esplendorosas y jugábamos con ellas. Pero no, desde aquí casi no puedo verlas. Habíamos andado durante muchos días desde nuestro pueblo hasta Marruecos, y de allí partimos casi huyendo en medio de la noche oculta y silenciosa. Estábamos muy asustados. Alina y yo tomados de las manos de mamá mientras ella esperaba escuchar entre susurros nuestros nombres en la bendita lista que nos alejaría de la pobreza y el hambre. Antes de salir, la última noche que pasamos en la choza grande donde nos habían reunido cerca de la costa, nos dijeron que el recorrido sería duro. Tal vez algunos no podríamos soportarlo pero otros tendrían la fortaleza para alcanzar esa tierra llena de promesas. La recompensa serían las verdes praderas cultivadas, tendríamos alimentos y podríamos ir a la escuela y aprender. Debíamos luchar por llegar allí. Esa noche lloré, sentí temor de no saber lo que me podía encontrar. Mamá nos consolaba y nos decía que sería lo mejor para nosotros. En África ya no se podía vivir, solo conseguíamos migajas y teníamos que buscar otras tierras. Nos acercamos en fila y en silencio a la orilla, frente a nosotros se adivinaba el océano oscuro y allí cinco pateras nos esperaban. A nuestra familia le tocó la tercera. Aparte de mamá y Alina estaban mi hermano mayor y varios primos. Otras familias se encaramaron también a la barca y muy juntos uno al lado del otro sentimos un empujón hacia el mar. Nos alejamos de la orilla sin encender el motor para no hacer ruido, solo con el chocar de las olas contra el fondo de madera de la barca y el murmullo de las oraciones abandonamos África. Después de un rato casi aguantando la respiración y sin movernos, sentimos el sonido del motor que arrancaba y el bote comenzó a deslizarse sobre el mar chocando contra la espuma que iluminaba la luna. Habíamos avanzado un poco, los hombres discutían y señalaban la parte de atrás del bote, sus voces alteradas y nerviosas indicaban que algo no andaba bien, hasta que un sonido ahogado paralizó la embarcación. Ahora solo se mecía entre las aguas del mar. Habíamos quedado a la deriva. Cuando cae la noche no puedo evitar recordar el frío, el dolor que producían las llagas sobre mis hombros al salir el sol, la sal que se pegaba de nuestros cuerpos y mis labios cuarteados. Y el otro dolor, el más intenso, cuando buscando a mi madre comprendí que ya no estaba. Me había dormido entre sus brazos arrullado por sus palabras débiles mientras el bote hacia esfuerzos por avanzar. Ya amanecía y el sol comenzó a picar sobre mi piel llena de costras de sal, la sed me quemaba la garganta y tenía la lengua tan hinchada que se asomaba entre mis labios resecos. Abrí los ojos para buscar su consuelo y ya no estaba, tampoco la prima Calinda. Con la llegada de cada amanecer la barca iba perdiendo peso. Las almas y los recuerdos me seguían acompañando, pero ellas ya no estaban. El sol era insoportable en el día y el frío inclemente de noche. A mi lado quedaban dos hombres, un poco más atrás una mujer que dormía todo el tiempo y Alina, que lloraba noche y día, yo quería poder ayudarla, pero no sabía cómo hacerlo. Nuestra madre había muerto de noche como los otros. Primero sentíamos los sollozos cuando la penumbra invadía la barca, luego los abrazos iban perdiendo su fuerza y un silencio estremecedor se adueñaba de todo. Al poco rato se sentía caer un bulto al mar, entonces el viento encontraba la patera más liviana para conducirnos al paraíso. La noche que mi madre fue arrojada al mar yo quedé seco, no me quedaban lágrimas y tampoco había agua para saciar la sed. Recordé la tierra árida, cuarteada y sedienta que habíamos dejado atrás para llenarnos de mar y navegar al paraíso. Sentí que también tenía seco el corazón. Mi hermano mayor se acercó y me dijo muy bajito que faltaba poco. Después debo haberme quedado dormido otra vez, volvieron el frío y la oscuridad, no dejaba de temblar y todo me daba vueltas, yo me tapaba los oídos con las manos cuando presentía por el leve movimiento de la barca y los murmullos, que otro cuerpo pronto iba a ser lanzado al mar.
Después de varios días, nunca sabré cuántos, flotando a la deriva, en medio de una noche tormentosa, mientras los rayos partían el cielo y caía tanta lluvia que la barca se llenaba rápidamente de agua, sentí que una luz muy fuerte nos alumbraba. Era un grupo de pescadores que afortunadamente nos vio y quiso ayudarnos. Nos remolcaron con su embarcación hasta la orilla, y nos dijeron que habíamos llegado a Granada. Al llegar nos entregaron a unas personas uniformadas que daban órdenes en medio de un montón de gente, nos dieron mantas para protegernos del frío y un poco de líquido que debíamos beber muy lentamente. Pude ver cómo a mi hermano y a las otras personas mayores se los llevaban de allí rápidamente en un vehículo. Nunca he vuelto a saber de él, tampoco de las otras personas que partieron la misma noche que nosotros. Alina y yo estábamos solos.
Estoy solo, también estoy triste. Espero a alguien que me diga si este es el mismo cielo que yo conocí. Si lo miro fijamente durante mucho tiempo sin cerrar los ojos me parece percibir a mi madre entre las tímidas y pequeñas estrellas que apenas se dejan ver allá arriba. Intento hablar con ellas y encontrar una señal de mi madre, que me diga si hoy es el paraíso o será mañana cuando me haya marchado.