viernes, 15 de julio de 2011

La cabina del Regina


          Papá, hoy he dicho en el cole que tú trabajas en el cine y que ves a los actores, pero no me creyeron.
              —Fernando, hago más que eso, sube y te enseñaré.
          Me adentré por primera vez en ese mundo secreto de la cabina de proyección, hace muchos años, pero su recuerdo continuaba nítido, imborrable.
            —Hijo, en esas latas del rincón vienen los rollos de la película. Yo la examino, acariciándola, para saber como ha llegado, mimándola. Piensa que en una de ellas está la bofetada de “Gilda” o el camarote de los hermanos Marx. Si es necesario la reparo, la corto y la empalmo con acetona. Cuando está arreglada, la coloco, la enhebro en el proyector, encajo suavemente la cinta en los rodillos, encuadro el celuloide y enfoco. Después, despacio, regulo una vez más la distancia entre los carbones, para obtener la mejor temperatura y la luminosidad idónea, para que los espectadores que vengan puedan apreciar cada mirada sensual, cada gesto sospechoso, que sus pupilas reciban la misma luz que eligió el director para el rodaje de cada escena. En mis manos está, que sigan amando este universo donde todo es posible.


    Carlos Valdés Cervantes

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