domingo, 17 de julio de 2011

Un golpe de altura



El traqueteo de la unidad que nos transportaba a los reos de la comisaría a la prisión me tenia el estomago revuelto. No sé por cuanto tiempo me tendrían detenido, el juicio podía tardar largo tiempo.
Pensaba en mi madre, sola y anciana, el disgusto la mataría, ¿o sería yo el que también tendría que pagar esa culpa si ella moría?
¿Mi hermana? ni contar con ella… estaría por ahí revolcándose con cualquiera y pariendo muchachos cada nueve meses, tampoco valía la pena ponerse a pensar tanto.
Melania, ella sí. Tan delicada y buena, yo la quería pero ella me miraba con lastima, eso de medir menos de metro y medio no le gusta para nada a las chamas, me miraban como a un hermanito menor, y ella era tan hermosa. Una vez fuimos juntos a la cancha a ver un partido, me sentía súper contento de tenerla solo para mí, eso si, soportando las bromas una tras otra y reprimiendo mis impulsos de hincharle un ojo a alguien.
Mi vieja siempre me decía, que mi estatura hacía que aumentara mi agresividad como un mecanismo de defensa, pero yo creo que a nadie le gusta que se metan con uno, y menos si es por una característica física que no podemos cambiar.
Una y otra vez me repetía que tuviera cuidado, que no les hiciera caso, que eso me iba a traer problemas, y mira… los problemas ya estaban aquí. Llegaron solos cuando menos me lo esperaba.
El domingo en la tarde había ido al cine con Melania. Me había duchado con especial esmero y hasta me eché agua de colonia de la que mi vieja guardaba de su último marido. Me puse la camisa de rayas, una vez alguien me dijo que como eran verticales me hacían parecer más alto. Vimos la película enterita, con propagandas y todo y al salir le compré un perro caliente porque tenía hambre, yo no comí nada, solo me gustaba contemplarla y complacerla.
Fue entonces cuando ya íbamos de regreso al barrio que al pasar por la esquina de su casa salió “El Estirao” así lo llamaban, era alto el carajo, no me podía ver porque empezaba con la guachafita, pero ese día no se metió conmigo, se burló de Melania por tenerme de amigo. Ahí si que no aguanté, en una de esas que se agacho para hacerme burla caminando encorvado, le lancé una derecha por el lado izquierdo de la cara, la verdad creo que no se lo esperaba, pues encorvado como estaba se tambaleó y cayó fulminado. Nos acercamos al ver que no se levantaba y enseguida me di cuenta, se había golpeado la cabeza con una piedra y parecía inconsciente. Mi preocupación era ella, la abracé apartándola de la escena y le dije que corriera a su casa a buscar ayuda. Llegaron enseguida, sus hermanos, el hermano de “El Estirao” y la policía, ya no hacia falta ambulancia, estaba tieso, muerto quiero decir y yo frito por el resto de mis días.
Una semana pasé en la comandancia, aguantando los comentarios de los policías que cubrían la guardia.
-Ya vas a ver gallito de pelea, cuando te lleven a “Cerro Negro” en esa cárcel te van a enseñar.
-Si, te van a bajar los humos a taparazos.
Yo nunca me había enfrentado a una situación igual, defenderme si, siempre me había tocado, pero no con malándros de ese calibre. Mis arrebatos de furia eran contra los compañeros de la Universidad o los vecinos del barrio, y sé que lo hacían para fastidiarme pero nunca nada como para agredir intencionalmente a alguien o causar un daño irreparable, eso fue un lamentable accidente, pero pasó y aquí estoy camino a la cárcel.
Iba sentado en el suelo de la patrulla, con la franela pegada al cuerpo sudado y maloliente, esposado y pegado a quince presos más que habían salido en el sorteo de Cerro Negro.
-Mira tú, chiquitico
-Me llamo Asdrúbal
-Asdrúbal? ¿Ese nombre tan grande te pusieron?
-¿Te escapaste de la escuela? Y risas, todos reían, hasta los otros detenidos parecían contentos con el paseo.
Sin previo aviso, la patrulla clavó los frenos y todos nos amontonamos en un rincón.
-Quietos, ya llegamos. Ni una palabra, solo cuando el jefe les pregunte.
Nos bajaron del vehiculo casi a empujones, protegiéndonos la cabeza del techo, por aquello de los derechos humanos, y a empujones nos condujeron hasta un salón donde nos hicieron quitar toda la ropa, debíamos depositarla en unas bolsas negras, nos ducharon con una manguera de presión, a mi lado había un tipo inmenso que me miraba, yo por dentro me iba llenando de ira, preparándome para saltar en cualquier momento, no podía permitir que se burlaran de mi la primera vez, si lo hacían, ya no podría detenerlos. Me pareció percibir entre ellos un lenguaje de señas y cada vez los veía más cerca, no tenía mas armas que esa fuerza que la rabia me imprimía.
En ese momento entraron varios guardias y la presión disminuyó. Nos entregaron los uniformes desteñidos y burdos, por supuesto el mío era muy grande, aunque cínicamente sonreí al ver las rayas verticales.
Las celdas eran inmundas, un rectángulo de cuatro metros por tres donde hacinaban a cuatro reos en cada una, en dos literas arrimadas a la pared. A la derecha el retrete y un lavamanos, todo estaba asqueroso y sucio. Me tocó compartir la estancia con Genaro, Bonifacio y Clemente. Cuando entré, y me presentaron como Asdrúbal, apenas levantaron la vista de una revista que los tres compartían en medio de risas y comentarios obscenos, pero al poco rato comenzaron a examinarme con la mirada, se reían de mis pantalones arremangados y de mi tamaño, pero eso ya sabía que pasaría así que simplemente los ignoré, tenia que encontrar la forma de ganarme el respeto en ese lugar a costa de lo que fuera.
Clemente dormía en la cama de abajo, bueno… si a eso podía llamársele cama, la mía, la de arriba no tenía colchón, ese era un privilegio que tendría que ganarme, pero las reglas aun no estaban claras para mi, unos cartones nauseabundos cubrían las estrechas planchas de concreto adosadas a la pared. Temía caer sobre Clemente un chamo de casi dos metros y muchos kilos, que parecía sobresalir por los cuatro lados de su colchón, porque a él si le había tocado uno. Poco a poco fui aprendiendo detalles que me hacían ganar o perder puntos entre los demás reclusos, y una de las cosas que tenia que lograr, era ganar una pelea dentro del recinto con otro de los presos para ser merecedor de un buen cargo allí dentro, la verdad la pelea la tenia fácil, no faltaban provocaciones a diario, pero tenía que ingeniármelas para ser el vencedor, si no caería dentro del grupo de los “ninguneados” y para eso era preferible morir.
Habían pasado tres meses, más o menos me defendía y trataba de estar bien con los líderes, había toda una organización jerárquica dentro de los presos que hasta los guardias sabían respetar, uno de los más importantes, posiblemente por su fortaleza física era Clemente, yo había notado que en algunas ocasiones había hecho intentos de facilitarme las cosas cuando se complicaban mucho, me sentía observado por él en cada situación y eso me alteraba un poco, pero lo iba manejando con cautela. Yo tenía lo que a el le faltaba, y muchas veces se lo di a entender, Recordaba las palabras de mi madre, reprimía mis impulsos y ponía a funcionar la mente, esa sería mi defensa.
Se había presentado poco días antes, una situación grave cuando llegó un lote de nuevos reclusos, trasladados de una cárcel de alta seguridad, venían con sus propias mañas y pretendían llegar mandando. Los de Cerro Negro nos pusimos en guardia y Clemente me dijo que me quedara junto a él, esas palabras ya eran un gran logro, estaba siendo aceptado por el clan-clem y debía sentirme orgulloso y agradecido.
Era día de visita, jamás nadie me había visitado hasta ese día, mi hermana con su gran panza, venia a avisarme la muerte de mi madre, eso me desgarró por dentro, no pude despedirme de mi vieja, ahora estaba completamente solo, ya no importaba nada, Melania nunca se acercó a verme, ahora simplemente trataría de pasar la vida con lo que ésta me ofreciera cada día, no tenia esperanzas a corto plazo, una fuerza inexplicable, una carga de odio, ira y desesperanza se apoderó de mi, me cubrió con una coraza más dura y me lancé al duelo sin ningún reparo.
Clemente había preparado una emboscada para los nuevos, quería que desde el primer momento, supieran que allí el líder era él. Juntos ultimamos los detalles y esperamos el momento oportuno, después del receso de la tarde, cuando entráramos al comedor, yo debía interponerme en la fila de uno de los nuevos, los demás estarían allí para defenderme y se armaría la gran trifulca.
Al comenzar a formarse la fila, me interpuse entre dos de aquellos recién llegados, mi miraron retadores y agresivos, yo debí esperar a que ellos se manifestaran, pero en ese momento sentí el deseo de vengar todas las culpas que llevaba dentro, las rabias contenidas y el deseo de agredir por gusto, porque me daba la gana y no me importaba nada.
Primero lancé un golpe a la boca de estómago del que tenia detrás de mi, liberando toda la furia contenida, como estaba desprevenido se doblo del dolor y la falta de aire, alcance a ver a Clemente que me miraba con reproche y rabia por la alteración en los planes, la furia me cegó y seguí golpeando sin ver contra quien lo hacía, yo también recibía una tormenta de golpes imparables pero seguía atacando furibundo. El recinto se convirtió en una batalla campal, las bandejas y los alimentos volaban y se estrellaban sobre los cuerpos tendidos en el suelo. Se me dificultaba ver, la sangre resbalaba por mis ojos, un ruido sordo en medio de un gran resplandor inundaba mi cerebro, sentía mi propio vomito ahogándome y no me podía mover, cada hueso era un dolor inmenso. Apenas podía distinguir los rostros que me miraban de pie, a mí alrededor, casi todos reían a carcajadas, estaba sobre un charco, mi propia sangre y desechos me cubrían pegajosos, el olor a muerte me envolvía y la deseaba como nunca. Lo último que logro recordar es la bota de Clemente justo sobre mi cabeza, descendiendo cada milímetro hasta impactar.

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