domingo, 17 de julio de 2011

Roraima



Desperté pensando que algo importante iba a suceder, había llegado el gran día, me levanté de inmediato para avisar a Ysandra y la encontré con los ojos muy abiertos y una sonrisa en su rostro.
-¡Vamos! Levántate perezosa, tenemos un largo camino por delante.
Al rato, ya habíamos tomado la vía que nos llevaría al punto de encuentro, allí nos reuniríamos con el grupo y los guías Pemones que nos acompañarían en el recorrido para alcanzar la cima del Roraima.
Ysandra y yo llevábamos en las mochilas lo indispensable, aunque pienso que la de ella pesaba más pues era muy precavida y llevaba más ropa de abrigo para las noches frías en la montaña.
Terri, el guía del grupo, era un indio de la tribu de los Pemones, esperaba que llegaran al campamento los pocos que faltaban, entre ellos Celso, un indio de la misma tribu que se había marchado a la ciudad a estudiar y prepararse para trabajar luego en su comunidad y con su gente. Desde que se había marchado años atrás, no había vuelto y recordaba con nostalgia cuando había alcanzado la cima por primera vez junto a su padre, uno de los porteadores más viejos de la zona. Apenas hacía unas semanas, había fallecido y él, había vuelto a su sabana para participar en los rituales fúnebres junto a su familia, este hecho coincidía con el fin de curso en la universidad así que no tenía prisa en volver. Quería sentir su tierra, caminar los senderos que tantas veces había recorrido su padre, el viejo Morok y dejarse llevar por la magia del lugar. Solo una cosa le molestaba un poco, eso de subir con un grupo que no entendía la esencia de la montaña, que venían de la ciudad con zapatos nuevos y mucha teoría aprendida, aunque siempre se encontraba alguna que otra persona sensible y él tenía un sexto sentido para reconocerlos.
Comenzamos el recorrido a través de la sabana, siguiendo al indio Terri, que junto a los otros que conocían la ruta, se ocupaba de llevar la comida y las carpas que nos servirían de refugio. Todo esto lo cargaba en una especie de bulto que llevaban en la espalda y que llamaban guayare hechos de palma y bambú. Atravesamos el río Tek de aguas heladas y más tarde el caudaloso Kukenan, cuya corriente era tan fuerte que para cruzarlo debimos sujetarnos a unas cuerdas que nos servían de soporte, a pesar de eso, resbalé y caí ya que el fondo era de piedras lisas, Celso, otro de los indios me ayudó y logre llegar del otro lado.
Caminamos unas cinco horas, la ruta era intrincada pero la emoción era tan grande al ver la inmensidad de la montaña frente a nosotros, que el cansancio daba paso a la energía. No lograba comprender de qué manera podríamos subir la montaña, que aparecía ante nosotros como una dama azul de paredes lisas y rectas, coronada por una planicie inmensa. Una de las formaciones más antiguas del planeta respiraba cerca de mí, vibrante, esplendorosa, adornada de nubes que la abrazaban.
Andábamos en silencio, y de vez en cuando los guías entonaban canciones muy suaves en su idioma, le pregunté a Terri acerca de la letra de esas melodías, y nos contó que forman parte de su tradición, es un pedido de protección a los dioses para que nos guíe en el camino, también piden protección para sus familias que los esperan.
Un poco más allá iba Celso, cabizbajo y pensativo, retirado del grupo, sólo. Iba meditando y pedía permiso a los espíritus guardianes para visitar la montaña. Cada vez que pisaba ese lugar sagrado para su etnia, la montaña lo sorprendía de alguna forma, manifestando su naturaleza. En ese momento la veía tan cerca que no podía contener la emoción de tocar su corteza, acariciar sus rocas y beber de sus lagunas.
A cada momento nos acercábamos más a la base del Roraima, el aire era diferente se respiraba pureza. Los colores del paisaje cambiaban rápidamente y el aspecto era de una belleza sobrenatural. Ysandra se había adelantado y estaba con los otros integrantes del grupo, yo seguía muy cerca de Terri, escuchando las historias que él nos iba contando a lo largo del camino. El paisaje había dejado de ser la sabana amplia que nos recibió al principio, para cerrarse un poco en el bosque que precede a la base, enseguida comenzamos a ascender por escalones naturales, el tepuy Roraima me invitaba a seguir sus sinuosas formas y me permitía adentrarme en sus misterios. A mitad de camino cayó la noche y decidimos acampar, Ysandra y yo compartimos una carpa y tomamos un delicioso chocolate caliente que nos preparó nuestro amigo Terri. Desde su rincón un poco alejado Celso observaba a los diferentes integrantes del grupo, se daba cuenta por la actitud de cada uno lo que esperaban de aquella aventura, algunos bromeaban y contaban chistes, otros se entretenían tratando de identificar las estrellas, hacia ellos dirigió su atención, eran cinco, tres hombres y dos mujeres, una de ellas era la que había resbalado en el río aquella tarde, él mismo la ayudó a levantarse y en ese momento leyó en su mirada la pasión por la montaña, era una de esas personas escogidas por los dioses para revelarle los misterios que el Roraima guarda en sus entrañas, sintió un escalofrío, era casi una niña. Decidió observarla con cautela, de alguna forma quienes no sentían esa pasión estaban más seguros. Solo debían protegerse de los peligros del camino, los otros… debían abrirse al universo para absorber los designios que el chamán de la montaña guardaba para ellos.
Erika era una chica decidida, en una ocasión mientras observaba el titilar de las estrellas, bajó la vista y miró a Celso. Su mirada era un mar de preguntas, un desierto de incógnitas. Parecía saber que él tenía las respuestas porque se levantó y se dirigió directamente donde él estaba. Lo miró y se sentó a su lado en silencio, alternativamente veía al cielo y el infinito de la montaña, sentía que estaba sobre su piel pero quería llegar a su corazón. Ella sentía que Celso sabía cómo alcanzarlo y su silencio le confirmó el tesoro profundo que estaba por descubrir. Percibió una transferencia de energía donde no hacían falta palabras solo la conexión del pensamiento, el milagro del silencio en el Roraima. Serena y en paz se alejó con una sonrisa y un inmenso cansancio la invadió. Poco a poco las voces fueron menguando y el frío apoderándose de los huesos, las linternas fueron dando paso a las luciérnagas que dibujaban en la oscuridad siluetas de bostezo y el sueño se fue adueñando de todos. Celso caminó hacia la profundidad de la noche, el aire helado purificaba su mente, habló con su padre y el viejo Morok le dio su bendición.
Agotadas y felices dormimos hasta el amanecer. Cuando me asomé fuera de nuestra improvisada casa, pude presenciar las formas de la naturaleza en su estado más puro, y escuchar el sonido de los saltos a lo lejos, las aves dándonos los buenos días con sus trinos alegres, y el cielo estaba tan cerca… pensé que no había nada que se pudiera comparar a ese momento tan especial.
Después de desayunar emprendimos la última parte del ascenso, todos deseábamos alcanzar la cima y no queríamos perder tiempo, en esta etapa los guías nos hablaron de sus Dioses, y de las leyendas de la montaña, nos pidieron que al llegar no hiciéramos mucho ruido, sabían que la emoción nos impulsaría a gritar de alegría, pero debíamos ser prudentes pues si molestábamos a la montaña, esta se cubriría de nubes y llovería haciendo que nos perdiéramos el esplendor de su luz.
El momento de alcanzar la cumbre del Roraima fue muy especial, estábamos todos empapados de rocío y humedad, nos abrazamos y observábamos aquel paisaje como si se tratara de otro mundo, la primera impresión fue como si estuviera en la luna, había cráteres redondos a mí alrededor y paisajes totalmente diferentes a lo que pensaba podía encontrar.
Descubrimos el Valle de los Cristales, el suelo que pisábamos era de piedritas de cuarzo que resplandecían con la luz, había piscinas naturales con el fondo de la misma piedra donde nos bañamos a pesar del frío intenso del agua, pero no podíamos perdernos de la magia de aquel lugar. Pasamos todo el día descubriendo las maravillas que el universo dejo sobre mi tierra hace más de dos mil millones de años. Caminamos mucho ese día, observando las rocas de formas caprichosas. Ysandra se dedicaba a inspeccionar las plantas extrañas que surgían a cada paso y llegamos a ver algunas muy curiosas e interesantes eran flores carnívoras y se alimentan de insectos. Observamos como en la cima se había creado un ecosistema propio con flores únicas del lugar, además de gran variedad de orquídeas. Caminamos un poco más y llegamos a una formación de rocas que era igual a una ventana desde donde se podía ver el abismo, hacía mucha brisa y comenzó a llover así que emprendimos el regreso al campamento. La lluvia cada vez era más intensa y el cielo se abría en dos cada vez que los rayos se dibujaban en él, hasta la tormenta era hermosa en aquel lugar lleno de magia, la vegetación recibía cada gota con su alegre verdor. Lentamente ya que no nos importaba mojarnos seguíamos admirando cada rincón como un nuevo descubrimiento de la naturaleza.
Casi finalizando el día, pleno de intensas emociones Terri llamó al grupo, para compartir experiencias e impresiones antes de ir a descansar. Había preparado un reconfortante cena para recuperar fuerzas, ya que a la mañana siguiente estaba pautado el inicio del descenso. Todos se sentaron en círculo menos Ysandra que caminaba inquieta de un lado al otro, Celso presintió que algo sucedía y acudió a su lado.
-¿Qué pasa? ¿Dónde está tu amiga?
-No lo sé- respondió Ysandra con lágrimas en los ojos.-La perdí de vista hace más de una hora cuando volvíamos bajo la tormenta, habíamos caminado mucho y yo me detuve a fotografiar unas flores, cuando me di cuenta ya no estaba, supuse que se había adelantado y seguí con el grupo hasta el campamento, al llegar aquí tampoco la encontré.
Celso se dirigió al grupo que los observaba con evidentes signos de preocupación, temían que a Erika le hubiese sucedido algo, los tranquilizó diciendo que no podía estar muy lejos.
-Terri, enciende todas las lámparas de gas y las linternas, si está cerca con la luz podrá ubicarnos.
Terri, miraba profundamente a Celso, entre ellos se percibía un entendimiento tácito, y procedió a seguir las instrucciones de su amigo.
En los rostros de los compañeros se dibujó el terror y la preocupación de saber que Erika se encontraba sola y perdida en aquella inmensidad oscura y desconocida.
Pienso que hice mal en separarme de Ysandra, solo bastaron unos minutos para perdernos de vista. La batería en mi linterna no durará mucho y debo mantener la calma, nada malo ha de sucederme en este lugar y mis compañeros no pueden estar muy lejos, temo perderme si sigo la dirección equivocada, mejor espero, a esta hora ya me deben estar buscando. No siento temor aunque si inquietud por los demás que estarán preocupados por mí.
Me senté en una roca plana que estaba debajo de otra que servía de techo, ya no llovía pero el frío comenzaba a entumecer mis extremidades, me acerqué un poco más a aquel alero, la oscuridad me impedía ver más allá de mis pasos pero presentía algo profundo frente a mí. Encendí apenas unos segundos la linterna y pude ver que aquella formación tenia aspecto de cueva, no había reparado en ella a la luz del día, di unos pasos más para guarecerme del frío, pensé que era más sensato protegerme y esperar a la luz del día para reencontrarme con mis compañeros. Solo unos pasos en su interior y ya se sentía la calidez del lugar, el aire helado ya no cortaba mi piel. Me acomodé cerca de la pared de piedra y cerré los ojos para intentar descansar, me sentía irresponsable y desconsiderada con mis compañeros de viaje, tendría que disculparme, seguramente estaban pasando un mal rato por mi culpa. Lamentablemente no había nada que hacer, solo esperar e intentar descansar.
No sé si me quede dormida un momento o simplemente era el estado de relajación que me embargaba en medio de la inmensa paz, pero de pronto me pareció ver entre las sombras un rápido movimiento, imposible me dije y de nuevo la misma sensación, no podía ser un ave ya que el movimiento era del todo silencioso solo como una especie de sensación o presencia.
Extendí la mano y no toque absolutamente nada, ahora si me pareció escuchar una especie de murmullo. El corazón me latía desbocado, y yo me repetía que era absurdo temerle a la montaña, la sentía cercana a mí, nada malo podía sucederme allí.
¿Quién está ahí? Me atreví a preguntar, ¿alguien quería gastarme una broma? ¿Asustarme quizás? Otra vez el murmullo…
Respiré profundo y esta vez me pareció ver un reflejo, esto no podía estar sucediendo, el reflejo pasó y a los pocos segundos volvió a verse ahora más intenso, entonces escuche mi nombre, era Celso que se acercaba con una lámpara.
- !Aquí estoy! ¡En la cueva!
-Sabía que te encontraría aquí
- ¿Si? ¿Y por qué?
-Tu amiga Ysandra me describió el lugar donde te perdió de vista y supuse que era cerca de esta cueva, la conozco muy bien. ¿Vamos? Nos esperan en el campamento.
-Un momento Celso, ¿realmente conoces este lugar? Sentí cosas muy extrañas mientras esperaba que pasara la noche para poder volver con el grupo.
-¿Qué sucedió?
-Tal vez solo fue mi imaginación pero vi, o sentí la presencia de “algo” unas sombras que pasaban muy rápido frente a mí.
Celso suspiró y me indicó que volviera a sentarme sobre una piedra, justo en el rincón donde había pasado las tres últimas horas.
-Erika, cuando te ayudé ayer en el río, pude ver en tus ojos que tú realmente querías sentir la montaña, sabía que la montaña se haría sentir para ti, ella sola puede contarte lo que sabe porque a nadie más podrías creerle sus misterios. Yo lo miraba a Celso, o lo presentía en la oscuridad, entonces me tomó la mano y sentí que una gran energía lo inundaba todo, cualquier temor o sensación de peligro quedaba opacada aunque realmente nunca lo llegué a sentir.
-Esas sombras Erika, son los Amaikok, eres afortunada, casi nadie pude sentirlos, son pequeñas criaturas bondadosas e inquietas que cuidan la cueva, llevan millones de años cumpliendo su labor y solo en contadas ocasiones se manifiestan. Yo, solo pude sentirlos una vez cuando era niño, vine aquí con mi padre y curioso como tú, me deje llevar por la magia de la montaña y vine a parar a este lugar, sentí exactamente lo mismo que tú. Mi padre me contó que desde tiempos inmemoriales los Amaikok habitan en las cuevas de los tepuyes y el Roraima tiene profundas cuevas que se comunican y descienden a sus entrañas, a su esencia milenaria y pura, allí donde jamás nadie ha podido llegar, en ese lugar están ellos, pequeños y veloces, bondadoso e inofensivos. Solo pueden percibirlos las almas puras, yo lo sabía cuándo te vi.
Ahora solo puedes regresar siendo cómplice de los secretos de la montaña y cuando vuelvas, porque volverás, podrás entender con mirada de adulta lo que tu corazón de niña te permitió ver y sentir.
De nuevo un fuerte trueno se dejó sentir y la lluvia comenzó su juego alegre de mojar y nutrir cada centímetro de la montaña.
Se tomaron con fuerza de las manos y caminaron en silencio bajo la lluvia.
En el campamento seguían sentados en círculo, mojados y silenciosos cuando los vieron aparecer, la alegría de saber sana a Erika los llevo a aplaudir y formar un gran alboroto que para nada gustó a los indios, ellos sabían lo que Erika había sentido, y ella quería sentirse en paz para pensar y compartir con la tierra su experiencia.
Amaneció y seguía lloviendo yo sentía tristeza de tener que dejar aquel lugar tan mágico, pero a la vez quería contar a todos las maravillas que había tenido la suerte de poder conocer. Lentamente comenzamos a bajar con mucha precaución ya que el suelo hacía que las piedras se volvieran resbaladizas, debimos pasar por un salto de agua que debido a la lluvia había aumentado su caudal Lo llamaban el paso de las lágrimas, allí unos de los chicos del grupo se cayó y el resbalón hizo que se torciera un brazo, Terri le preguntó que llevaba en los bolsillos y apenado sacó piedras de cuarzo, el guía nos había prevenido varias veces, la montaña no perdona a quienes no la protegen. Le prestamos primeros auxilios y le inmovilizamos el miembro afectado, siguió el resto del camino con nosotras y Terri que seguía contándonos sus historias, la historia de la montaña y del chaman que la cuida, todo muy bonito, impresionante y emotivo. Cuando estábamos cerca del campamento base me sorprendió que nos dijera; que ya estábamos fuera de peligro y que el seguiría su camino, más tarde lo volveríamos a encontrar. ¡Nos estaba cuidando!
El camino que habíamos andado en dos días, debíamos desandarlo ahora en uno, así que cuando llegamos a los ríos ya era de noche y así debimos cruzarlos, en la penumbra. Una hora más de camino y llegaríamos al último campamento. En ese momento trate de repasar lo vivido esos últimos días, intenté respirar profundo y llenar mis pulmones con el aire de la sabana y grabar muy dentro de mi ese episodio que jamás olvidaría.
En el campamento nos esperaba parte del grupo, ya que cada uno iba a su propio ritmo, había un ambiente muy agradable, todos estaban felices, cantaban, improvisaban instrumentos musicales, y celebraban haber logrado alcanzar un reto para muchos, un sueño para otros.
Yo sabía que la montaña aún tenía mucho que contarme, ésta solo había sido mi primera vez.
Celso se sentía en paz consigo mismo y había cumplido con Morok, su padre muchas veces le dijo que algún día conocería un alma de la montaña y su misión sería hacérselo entender, estaba seguro que Erika era una de las elegidas.

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