El abuelo Humberto agonizaba lentamente y con períodos lúcidos que todos esperábamos con ansiedad, para luego comentar de boca en boca y transformar una simple frase suya, en una historia con tintes de misterio. Yo también me llamo Humberto, pero me faltaba mucho para agonizar y todo eso que sufren los mayores, apenas tenía doce años en ese entonces y de momento prefería jugar.
Lo que me causaba más extrañeza, es que él no había querido abandonar la hamaca donde había dormido durante los últimos años, justo desde que la abuela murió. Sus huesitos delgados se retorcían con formas grotescas dentro de aquella malla tejida que lo envolvía como a un gusano dentro de su capullo.
El tío Ambrosio era el mayor y el que ponía la cara más triste,
El cuarto donde colgaba la hamaca del abuelo era muy amplio, en el frente había un armario enorme de madera oscura que guardaba muchos misterios y que nunca nos dejaron mirar, aunque una vez delante de mí,
También había una cama grande con el colchón hundido en el centro, arrimada a la pared, el abuelo no quería acostarse allí por nada del mundo, nunca nadie había logrado convencerlo.
Como cada tarde a eso de las cinco, debíamos estar bañados y bien peinados haciendo una fila en la puerta de la habitación, todos lo hacíamos rápidamente pues lo mejor venia después de la visita al abuelo, cuando llegaba la hora de
Ese día mientras me inclinaba a besar al abuelo me di cuenta que tía Catalina estaba colocando unas sabanas nuevas que le había llevado una vecina, algo raro debía suceder, así que después de asegurar mi merienda y tomarme un vaso de papelón con limón, volví sobre mis pasos y me asomé cautelosamente a ver que ocurría.
Estaban reunidos mis tíos y mi padre alrededor del abuelo y trataban de levantarlo de forma que no se les doblara entre las manos. Desde mi rincón miraba sin ser descubierto con la certeza de que eso cambiaría el curso de las cosas. Efectivamente lograron levantarlo y llevarlo hasta el lecho, el abuelo se quejaba, los insultaba y maldecía, ellos trataban de calmarlo y él seguía demostrando su enojo de abuelo moribundo.
Una vez que lograron depositarlo en la cama, el abuelo lanzó un gemido espeluznante que se escuchó en toda la casa, las paredes se estremecieron, todos corrían desde todas partes alarmados, hasta donde el abuelo con su último esfuerzo, acostado en el lecho pudo terminar de morir.
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