jueves, 28 de abril de 2011

Manuel Lopez. Reflejos

Caminaba, con su mirada centrada en los apetitosos dulces, eran la doce del medio día según cantaban las campanas de la vieja iglesia, mala hora para pasar por delante del escaparate de la Cafetería Bucaramanga, su exótico nombre en homenaje a la llamada “ciudad bonita” de Colombia y ese delicioso olor a café, a cacao y a dulces que impregnaba el aire, le hacían retroceder en el tiempo hasta su infancia, a esas tardes soleadas de otoño con los amigos del cole, a esas meriendas de chocolate caliente y pasteles y a las también dulces reprimendas de mamá por llevar en la boca, manos y ropa más cacao del que había ingerido.


Manolito, la ropa te dura limpia el tiempo que tardas en salir a la calle. ¿Cómo puedes ser tan descuidado?


Después se iba con los amiguillos a jugar al descampado, y allí terminaba de rematar su faena con la ropa. Recuerdos de una niñez tierna, un hogar acogedor de un barrio obrero donde la imaginación era la mejor de las armas, quizás la única, para combatir el aburrimiento. Sólo tenían la calle y todo lo que había en ella, botes, palos, piedras, cuerdas... Un maravilloso mundo lleno de valiosos objetos que nos pertenecían a todos, igualando cualquier diferencia económica, racial o de otro tipo que existiera entre los niños del barrio


En estos pensamientos se encontraba cuando, al enderezar su cabeza mirando de nuevo al frente, observó como a unos cuantos metros la imagen de una mujer que se le acercaba andando por su misma acera, y le agradó lo que veía. Se trataba de una señora de piel morena y pelo negro azabache, era alta y su caminar elegante. Llevaba una falda, gris marengo, por encima de las rodillas, que dejaban al descubierto unas bien formadas pantorrillas, resaltadas por unos zapatos de tacón, no muy alto, negros. Sobre sus hombros caía una chaqueta también negra de corte clásico, abierta por el pecho, dejando ver parte de la blusa de color magenta, cerrada hasta el cuello, bajo la que se adivinaba un hermoso busto. Se iban acercando el uno al otro y observo que lo miraba tan fijamente como él a ella. Se la veía segura de sí misma, su gesto, aún no siendo una sonrisa, irradiaba alegría, esa felicidad que envuelve a algunas personas, y que contagia optimismo a los demás, como decía Galiano, “Fueguitos que arden la vida con tantas ganas que no puedes mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende”. Así veía a esa mujer de cutis liso y cuidado, sabía que le gustaba estar guapa, que se sentía orgullosa de su aspecto y quería mostrárselo a los demás en el mejor estado posible, sus pendientes de doble caída, azul pálido resaltaban el tono oliva de su rostro asentado en un cuello delgado, firme. Sus manos, grandes, con dedos largos terminados en uñas, perfectas, pintadas de esmalte transparente, hacían pensar en un trabajo intelectual o bien en un cuidado intensivo de éstas, sus brazos también extensos y musculosos... Era hermosa, lo sabía, y esa era la razón por la que se la notaba tan segura....


Apenas a unos pasos pudo distinguir sus ojos, oscuros y bellos, retocados suavemente por rímel y un poco de sombra azul claro muy tenue. Llevaba los labios pintados de un discreto rosa palo, ahora, ella, sí sonreía, cuanto más se acercaba más amplia y sincera era su sonrisa, tenía motivos para ello. pasó muy malos momentos, libró mil y una batallas para lograr ser aceptada, muchas veces estuvo a punto de abandonarlo todo, de venderse, pero al final ganó la guerra, consiguió el trabajo que había anhelado toda su vida y el amor llamó a su puerta, que estaba abierta hacia mucho, esperando a la persona que la aceptase como era, ésta llegó al fin, y lo hizo para quedarse.


Se acercó un poco más, la podía tocar con sólo alargar el brazo, en ese punto se detuvo y con gesto orgulloso y voz firme le dijo a su imagen reflejada en el espejo de la tienda:


Podría estar mirándote toda mi vida. ¡Hermosa!

       Carlos Valdés Cervantes

1 comentario:

  1. Ese taller funciona, te enseña a hacer con lo que tenés, de otra forma sería imposible. Me encanta la recreación del Edipo en versión moderna y femenina, te felicito. Isabel desde Toulouse

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