jueves, 28 de abril de 2011

Manuel Lopez. Reflejos

Caminaba, con su mirada centrada en los apetitosos dulces, eran la doce del medio día según cantaban las campanas de la vieja iglesia, mala hora para pasar por delante del escaparate de la Cafetería Bucaramanga, su exótico nombre en homenaje a la llamada “ciudad bonita” de Colombia y ese delicioso olor a café, a cacao y a dulces que impregnaba el aire, le hacían retroceder en el tiempo hasta su infancia, a esas tardes soleadas de otoño con los amigos del cole, a esas meriendas de chocolate caliente y pasteles y a las también dulces reprimendas de mamá por llevar en la boca, manos y ropa más cacao del que había ingerido.


Manolito, la ropa te dura limpia el tiempo que tardas en salir a la calle. ¿Cómo puedes ser tan descuidado?


Después se iba con los amiguillos a jugar al descampado, y allí terminaba de rematar su faena con la ropa. Recuerdos de una niñez tierna, un hogar acogedor de un barrio obrero donde la imaginación era la mejor de las armas, quizás la única, para combatir el aburrimiento. Sólo tenían la calle y todo lo que había en ella, botes, palos, piedras, cuerdas... Un maravilloso mundo lleno de valiosos objetos que nos pertenecían a todos, igualando cualquier diferencia económica, racial o de otro tipo que existiera entre los niños del barrio


En estos pensamientos se encontraba cuando, al enderezar su cabeza mirando de nuevo al frente, observó como a unos cuantos metros la imagen de una mujer que se le acercaba andando por su misma acera, y le agradó lo que veía. Se trataba de una señora de piel morena y pelo negro azabache, era alta y su caminar elegante. Llevaba una falda, gris marengo, por encima de las rodillas, que dejaban al descubierto unas bien formadas pantorrillas, resaltadas por unos zapatos de tacón, no muy alto, negros. Sobre sus hombros caía una chaqueta también negra de corte clásico, abierta por el pecho, dejando ver parte de la blusa de color magenta, cerrada hasta el cuello, bajo la que se adivinaba un hermoso busto. Se iban acercando el uno al otro y observo que lo miraba tan fijamente como él a ella. Se la veía segura de sí misma, su gesto, aún no siendo una sonrisa, irradiaba alegría, esa felicidad que envuelve a algunas personas, y que contagia optimismo a los demás, como decía Galiano, “Fueguitos que arden la vida con tantas ganas que no puedes mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende”. Así veía a esa mujer de cutis liso y cuidado, sabía que le gustaba estar guapa, que se sentía orgullosa de su aspecto y quería mostrárselo a los demás en el mejor estado posible, sus pendientes de doble caída, azul pálido resaltaban el tono oliva de su rostro asentado en un cuello delgado, firme. Sus manos, grandes, con dedos largos terminados en uñas, perfectas, pintadas de esmalte transparente, hacían pensar en un trabajo intelectual o bien en un cuidado intensivo de éstas, sus brazos también extensos y musculosos... Era hermosa, lo sabía, y esa era la razón por la que se la notaba tan segura....


Apenas a unos pasos pudo distinguir sus ojos, oscuros y bellos, retocados suavemente por rímel y un poco de sombra azul claro muy tenue. Llevaba los labios pintados de un discreto rosa palo, ahora, ella, sí sonreía, cuanto más se acercaba más amplia y sincera era su sonrisa, tenía motivos para ello. pasó muy malos momentos, libró mil y una batallas para lograr ser aceptada, muchas veces estuvo a punto de abandonarlo todo, de venderse, pero al final ganó la guerra, consiguió el trabajo que había anhelado toda su vida y el amor llamó a su puerta, que estaba abierta hacia mucho, esperando a la persona que la aceptase como era, ésta llegó al fin, y lo hizo para quedarse.


Se acercó un poco más, la podía tocar con sólo alargar el brazo, en ese punto se detuvo y con gesto orgulloso y voz firme le dijo a su imagen reflejada en el espejo de la tienda:


Podría estar mirándote toda mi vida. ¡Hermosa!

       Carlos Valdés Cervantes

sábado, 23 de abril de 2011

Vuelta a casa

El esfuerzo de desvestirse ha sido tan agotador, que el anciano se sienta desnudo en el borde de la cama intentando recuperar el aliento. -¿Hasta cuándo?- se pregunta tembloroso, mientras hunde su rostro entre las manos. Levanta sus ojos nublados al techo y musita, -Estoy tan cansado.-
Hace cinco años que Eduardo dejó la investigación y tres que murió su esposa Matilde. Él se daba cuenta de que cometía pequeños errores en el laboratorio y olvidos que podían afectar la evolución de un experimento. No quería aceptarlo y al principio intentó disimularlos. Se volvió irascible y buscaba embrollados argumentos para cargar las culpas sobre los pobres becarios. Luego se avergonzaba de su actitud.
Matilde fue la que lo convenció para que renunciara. Ella, con aquel aplastante sentido común que la caracterizaba, le dijo un día, - Se te empieza a notar la vejez. - Eduardo solía decir que no era fácil llevarle la contraria a Matilde, aunque esta vez admitió que tenía razón. Había dirigido proyectos importantes en el Centro de Medicina Molecular y fueron años de mucho trabajo, pero también de gratificantes reconocimientos a la labor desempeñada. Hacía tiempo que no echaba de menos su vida profesional y mucho menos la compañía de sus colegas. Demasiada angustia, demasiadas zancadillas.
Se estaba enfriando ahí sentado como Dios lo trajo al mundo y comenzó el lento proceso de ponerse el pijama. Después, extenuado de nuevo por el esfuerzo, metió primero una pierna y después otra, con cuidado, debajo de las cobijas. Cuando posó finalmente su cabeza sobre la almohada, soltó un suspiro de alivio.
Siempre pensó que cuando se retirara se dedicaría a leer todos aquellos libros que había dejado para su jubilación. Emprendió la lectura de los siete volúmenes de Proust, sin embargo al poco tiempo se dio cuenta de que olvidaba lo que había leído en la página anterior. Entonces cogió la manía de subrayar algunas frases que le parecían claves para ayudarle a recordar. Un día Matilde cogió el libro y vio que no había frase sin subrayar. Guardó aquel primer volumen de En busca del tiempo perdido en una de las gavetas del cuarto de plancha, dispuesta a devolvérselo si lo reclamaba. Pero Eduardo nunca lo hizo. Desde entonces sus actividades se redujeron a un metódico paseo por el barrio, a la misma hora y por los mismos sitios, y a ver novelas latinoamericanas en la televisión. Se entretenía con aquellas historias rocambolescas de nacimientos ilegítimos y amores contrariados. Los avatares de la protagonista, virginal y bella, le enternecían y le hacían llorar. Ya no le daba vergüenza, porque como un adolescente, había vuelto a enamorarse del amor.
Como una caricia a la mujer ausente, Eduardo pasó con suavidad su mano sobre la otra almohada. Ya no podía recordar su rostro y a veces olvidaba su nombre, pero la echaba de menos. No en balde se duerme con alguien durante sesenta y seis años. Pero ayer había empezado a oír a una persona hablando en el cuarto de al lado. Pensó que era su madre, muerta cuando él era todavía un estudiante de medicina. Entre las brumas de su mente, reaparecieron fragmentos de poemas que ella solía leerles, en la casa de Titiribí, mientras esperaban la vuelta de su padre de la finca. No era fácil conseguir libros en aquel pueblo encaramado en las montañas antioqueñas, pero su madre tenía un cuaderno donde apuntaba poemas que le gustaban. El viejo cerró los ojos arrullado por la voz cadenciosa de su madre. A través de una ventana abierta, le pareció oír el sonido hueco de los cascos de un caballo contra el empedrado de la calle y los saludos quedos de los campesinos que volvían de faenar. La llamó en voz baja, - Madre, madre, ¿dónde estás?- y se quedó quieto en la cama, a la espera de que entrara a darle un beso.

Feliz día del libro

Por fin estoy dentro

conseguí entrar en el blog y poder publicar. Gracias Carlos.

jueves, 21 de abril de 2011

La Decisión

Solo faltaban cinco días para volver a casa, el curso había sido excelente, y terminaba justo para celebrar las fiestas de San Juan. Unos días fuera de la rutina habían hecho que Susana se sintiera renovada y con ganas de volver a sus obligaciones habituales, a sus hijos y a su pareja.
Este punto en especial la inquietaba un poco, los dos últimos días no había podido comunicarse con Mario y sentía que el no estaba muy conforme con su viaje.
Siempre había sido muy posesivo y cualquier cosa donde el no estuviese involucrado lo alteraba. Susana ya había aprendido a manejar esta situación pero siempre sentía la inquietud latente.
Llegó al fin el día de su regreso definitivo. En el aeropuerto la esperaban Mario y los niños, respiró más tranquila tal vez eran temores infundados.
-Mario mi amor ¿cómo has estado? ¿Cómo se portaron los niños?
-Bien, ya sabes que a mí, ellos no me dan problemas-su voz era un poco seca y cortante.
-¿Ningún problema en mi ausencia?
-Nada Susana, mientras tú te divertías todo funcionó perfectamente.
Susana abrió los ojos desmesuradamente
-¿Me divertía? ¿Qué te pasa Mario? Sabes que estaba en viaje de negocios, estudiando para superarme en mi trabajo.
-Eso es lo que tú dices, pero a mí no me consta que haya sido solo estudiar ¿con quién salías en las noches? ¿A quién has conocido?
Apenas estaban abandonando el aeropuerto y dirigiéndose al carro, y Mario ya había estallado en el ataque de celos que tanto temía Susana.
Hablaban en voz baja para no asustar a los niños pero ellos, hacían silencio retraídos en sus video juegos para no escuchar de nuevo esas conversaciones que tanto los inquietaban.
-Venga Mario, no empieces, ¿por eso no habías llamado ni contestabas mis llamadas?
-No pretendo molestarte, quiero que hagas tu vida, a mí déjame atrás.
-¿Sabes qué? Ya conozco esa actitud, ahora viene el momento de hacerte el mártir, pero no estoy dispuesta a caer en tu juego Mario. Haz lo que creas conveniente, yo estoy en paz con mi conciencia y no me vas a seguir manipulando.
Ya estaban cerca del conjunto residencial donde tenían su departamento en el piso siete, Susana quería llegar a casa pero a la vez temía el matiz que podía tomar el conflicto.
Mario entró en silencio y se dirigió directamente a la habitación mientras Susana trataba de bromear un rato con los niños, revisar las tareas del colegio que hicieron durante su ausencia y tratar de que todo se sintiera normal.
Una hora más tarde Susana se llenó de valor, respiró profundo y se dirigió a la habitación. Mario estaba sentado en la cama, envuelto en una nube de humo y con los ojos enrojecidos y llenos de rabia, a su lado un vaso de licor a medio tomar.
-Querido ¿necesitas algo?
-Si tonta, te necesito a ti, ahora mismo
-No es el momento Mario, espera a que estés más calmado
-¿te das cuenta? No quieres nada conmigo, siempre es lo mismo ¡ya estoy harto!
-Cálmate, de esa forma no vas a lograr nada conmigo y lo sabes
-¿y de esta?-dijo sacando un arma de debajo de la almohada.
Susana se quedo sin habla, jamás habían llegado tan lejos, su mente le decía que no sería capaz, su instinto le indicaba que se marchara, su sentido común que actuara de forma inteligente y evitara cualquier locura, pensaba en los niños, en su madre que tantas veces la previno diciendo que Mario era un neurasténico.
Ahora debía decidir en fracciones de segundo su futuro. Ya lo había denunciado un par de veces por maltrato psicológico, pero las autoridades nunca le dieron mayor importancia.
-Mario querido, no juegues conmigo, no me asustes. Estoy aquí para ti, como siempre.
Mario se sorprendió de su actitud, y por un momento cedió a Susana, dejo el arma sobre la mesita al lado de la cama y se levanto a abrazarla.
-Susana ayúdame a controlar esto que siento
-Nunca más lo sentirás te lo prometo.
Los cohetes de San Juan se confundieron con el sonido sordo que se escuchó en el séptimo piso aquella noche.

Brando




Eran las 2.00 de la madrugada, Brando no podía conciliar el sueño y decidió navegar un poco por la red, sentía que no estaba en su mejor momento, de nuevo las voces lo atormentaban escuchaba a lo lejos impactos terribles, hierros retorcidos y gritos en la profundidad de la noche. Eras recurrentes estas pesadillas en sus momentos de soledad, aun despierto no dejaba de imaginar la tortura de los accidentes automovilísticos, eso ocurría desde que a los seis años perdió a sus padres en uno de esos accidentes. Su tía Octavia se había ocupado de él en los primeros años pero a raíz de sus compromisos laborales se había alejado del país cuando el ya tenía edad para defenderse solo, desde entonces, trataba de estudiar, era un buen chico aunque de personalidad un poco retraída y pocos amigos. En el edificio donde vivía había conocido a Emilia, una joven estudiante como el, desenvuelta amistosa y fundamentalmente muy respetuosa de su intimidad, se atrevía a dejarla entrar a su universo ocasionalmente, y en su presencia lograba sentirse al límite de lo que él consideraba normal, eso lo tranquilizaba y sentía que era su punto de equilibrio. También estaba doña Pura, una ancianita que se preocupaba por él y en algunas ocasiones le llevaba ricos caldos que el tomaba con gratitud y cariño. Esa noche no podía controlarse, había tomado los medicamentos de costumbre y pensó que tal vez un rato en el ordenador le haría olvidar sus fantasmas. Una página lo fue llevando a otra y cada vez sentía las voces más cerca irrumpiendo cada espacio de su ser. Un estruendo despertó a Emilia en medio de la noche, se encontraba sola en su cama, habían transcurrido apenas dos horas desde que se quedo dormida después de escuchar las noticias de las doce. Intentó analizar que podía haber causado un golpe de tal magnitud y se levantó sintiendo palpitar su corazón aceleradamente. Asomada por la ventana del apartamento tipo estudio, un piso apenas la separaba de la avenida Oeste 7 del barrio La Pastora en un pequeño y antiguo edificio de la zona donde vivía desde hacía un año cuando se trasladó a Caracas a estudiar. La luz del poste iluminaba tenue la calle y allí justo debajo de la ventana se podía divisar un amasijo difícil de identificar. En ese momento sonó el teléfono, era la Sra. Pura del Nº2, al igual que Emilia se había despertado con el fuerte ruido que causó el extraño objeto y quería saber lo que había ocurrido. Aparte de Emilia y la Sra. Pura solo vivía otro inquilino en el edificio, en el Nº 3. Brando, un joven encantador, amistoso y bondadoso, estudiante de literatura y siempre dispuesto a ayudar a sus vecinas, vestía de forma un tanto extravagante con ropa un poco pasada de moda chaqueta de cuero ceñida al cuerpo, pantalones ajustados generalmente de Jean y llevaba el cabello tan largo que llamaba la atención. Casi siembre estaba solo, de su vida privada sabían poco, apenas que era de una ciudad del sur y según le había comentado doña Pura sus padres habían fallecido hacía unos años, solo una tía lo había visitado una vez y le había pedido a Pura que velara por él. Brando no dio señales de haberse enterado de nada y no les pareció prudente llamarlo a esa hora tan inoportuna. Antes de irse de nuevo a la cama a intentar conciliar el sueño, volvió a mirar por la ventana sin poder descifrar la forma del objeto que había impactado en la calle. A las 6.00am se despertó como siempre con los primeros rayos de sol y mientras se desperezaba en el lecho recordó el inusual episodio de la pasada noche, se acercó a la ventana y no había rastros de nada sobre la acera, extrañada tomo su café y se arregló rápidamente para ir a la Universidad. Al bajar la escalera, se tropezó con Brando que subía y le preguntó si había oído algo raro la noche anterior, o se había enterado de lo sucedido. El con su mirada serena y sonrisa simpática se acerco a Emilia y la beso en la mejilla diciéndole lo encantadora que estaba a esa hora de la mañana, ignorando por completo la pregunta de su vecina, quien insistente volvió a preguntar. De nuevo desvió la atención mirando hacia todas partes y con su carismática voz le dijo que hacía un día precioso y que el Ávila se veía majestuoso al amanecer. Emilia estaba perdiendo la paciencia y le preguntó de nuevo, esta vez el se detuvo pensativo un momento y le dijo que él no había escuchado absolutamente nada y posiblemente ella lo había soñado, el tono de su voz era un poco más serio que de costumbre y Emilia prefirió no seguir preguntando, además ella estaba segura y la llamada de la Sra. Pura también le confirmaba que fuese lo que fuese había sido real. En la universidad pasó el día pensativa, la actitud de Brando la había desconcertado ¿en realidad habría pensado que todo fue un sueño? Todavía con su insaciable curiosidad y la extraña sensación de que algo no estaba del todo bien, al regresar de la universidad decidió subir al piso de Brando, otras veces lo hacía al llegar de clases, ya que el le dejaba usar el computador y así ella adelantaba sus trabajos del curso, luego solía quedarse un rato compartiendo algo de cenar y un poco de la buena música que el coleccionaba. A menudo ella se asombraba de los conocimientos de Brando, parecía saberlo todo y se dejaba llevar a través de las maravillosas historias que el contaba. Al llegar a la puerta apareció Brando con el cabello totalmente desordenado, los ojos desorbitados y la mirada inundada en la mas profunda tristeza, en la comisura de los labios una sustancia seca le daba un aspecto repugnante, jamás lo había visto así. Su sonrisa se había convertido en una mueca y ella extrañada dirigió la vista hacia adentro del apartamento, estaba lleno de platos sucios y alimentos a medio consumir, el lugar estaba nauseabundo y una música estridente inundaba el recinto. Instintivamente dio un paso atrás al tiempo que su mirada se dirigía a la ventana abierta, cerca del lugar donde siempre estaba el computador, allí solo había fragmentos de cristales esparcidos por el suelo y la cortina ondeando al viento. Se miraron profunda y largamente en medio del terror que provoca descubrir ciertas realidades.





El Abuelo


La interminable y dura vigilia nos tenía a todos agotados, pero mucho más a los tíos que debían ir a trabajar después de pasar la noche en vela, casi al amanecer, luego volvían cuando se acercaba la tarde. A pesar de la desgracia, los primos y yo habíamos corrido con suerte y estábamos pasando juntos las vacaciones en la Casona donde había mucho por descubrir.

El abuelo Humberto agonizaba lentamente y con períodos lúcidos que todos esperábamos con ansiedad, para luego comentar de boca en boca y transformar una simple frase suya, en una historia con tintes de misterio. Yo también me llamo Humberto, pero me faltaba mucho para agonizar y todo eso que sufren los mayores, apenas tenía doce años en ese entonces y de momento prefería jugar.

Lo que me causaba más extrañeza, es que él no había querido abandonar la hamaca donde había dormido durante los últimos años, justo desde que la abuela murió. Sus huesitos delgados se retorcían con formas grotescas dentro de aquella malla tejida que lo envolvía como a un gusano dentro de su capullo.

El tío Ambrosio era el mayor y el que ponía la cara más triste, la tía Catalina era su esposa y eran tan viejos que parecían hermanos del abuelo, pero eso, nadie se lo podía decir. Ellos trabajaban juntos en el sembradío y siempre habían vivido con el abuelo. Luego seguía la tía Angelina, yo creo que ella nunca dormía, siempre estaba de pie en la cocina, atareada preparando alimentos para saciar el hambre de quienes nos habíamos reunido a esperar que el abuelo pasara a mejor vida, esta expresión la escuchábamos de los mayores desde hacía más de un mes . Luego siguiendo el orden cronológico le correspondía el turno a mi padre, me da vergüenza decirlo pero parecía harto de tan larga espera, él se sentaba en la terracita y cuando se sentía muy entumecido se levantaba a preguntar si todo seguía igual.

El cuarto donde colgaba la hamaca del abuelo era muy amplio, en el frente había un armario enorme de madera oscura que guardaba muchos misterios y que nunca nos dejaron mirar, aunque una vez delante de mí, la tía Catalina lo abrió y sacó una caja de fotografías con gente muy rara de color sepia, que nos fue presentando a los primos y a mí como de la familia, diciéndonos sus nombres y breves fragmentos de la historia de cada uno.

También había una cama grande con el colchón hundido en el centro, arrimada a la pared, el abuelo no quería acostarse allí por nada del mundo, nunca nadie había logrado convencerlo.

Como cada tarde a eso de las cinco, debíamos estar bañados y bien peinados haciendo una fila en la puerta de la habitación, todos lo hacíamos rápidamente pues lo mejor venia después de la visita al abuelo, cuando llegaba la hora de la merienda. Pero antes debíamos entrar uno a uno en silencio, besarle la mano y pedirle la bendición, yo confieso que la besaba casi sin rozarla, siempre imaginaba que aquellos huesudos dedos retorcidos me podían atrapar, así conteniendo la respiración salíamos del cuarto y echábamos a correr por los pasillos hasta la cocina donde nos esperaban las azucarada torrijas de tía Angelina.

Ese día mientras me inclinaba a besar al abuelo me di cuenta que tía Catalina estaba colocando unas sabanas nuevas que le había llevado una vecina, algo raro debía suceder, así que después de asegurar mi merienda y tomarme un vaso de papelón con limón, volví sobre mis pasos y me asomé cautelosamente a ver que ocurría.

Estaban reunidos mis tíos y mi padre alrededor del abuelo y trataban de levantarlo de forma que no se les doblara entre las manos. Desde mi rincón miraba sin ser descubierto con la certeza de que eso cambiaría el curso de las cosas. Efectivamente lograron levantarlo y llevarlo hasta el lecho, el abuelo se quejaba, los insultaba y maldecía, ellos trataban de calmarlo y él seguía demostrando su enojo de abuelo moribundo.

Una vez que lograron depositarlo en la cama, el abuelo lanzó un gemido espeluznante que se escuchó en toda la casa, las paredes se estremecieron, todos corrían desde todas partes alarmados, hasta donde el abuelo con su último esfuerzo, acostado en el lecho pudo terminar de morir.

Los ojos del tiempo


Se acercó al Paseo Marítimo a paso lento, sorteando los charcos de agua que se habían formado tras la llovizna de la tarde, era el día del posible encuentro, solo le había prometido que si las cosas salían como esperaba, el 12 de mayo volvería a saber de ella. Miraba a lo lejos tratando de descubrirla y mientras la esperaba, recordaba aquella tarde dos meses antes, cuando se encontraron por primera vez.

Evocaba fragmentos de su historia, cuando le pareció verla. Sonrió para si y sintió la emoción en sus temblorosas manos.

Alicia parecía volar entre la multitud, con su largo vestido blanco flotando al compás de sus pasos desenvueltos, lo había visto y saltaba de alegría, agitando algo en su mano, le hacía señas mientras esquivaba a los caminantes. Lentamente Manuel también iba a su encuentro. Cuando llegó hasta él, lo abrazo efusivamente y gritaba emocionada ¡Lo hemos logrado! Ambos reían y la gente los miraba asombrados sin entender lo que sucedía.

Aquel día de marzo, la calle se había llenado de jóvenes que practicaban diferentes actividades, algunos iban en patines, otros corrían o simplemente caminaban para aprovechar las últimas horas del día.

A sus ochenta años, ya no se sentía tan joven, sus movimientos se habían tornado lentos y los huesos resentían tanta humedad, pero por dentro… por dentro se sentía igual que unos sesenta años atrás.

Le gustaba este paseo a la orilla del mar, podía dejar volar sus recuerdos y pensamientos. Ver las lindas chicas que caminaban por el malecón y sentir su corazón latiendo emocionado, le fascinaba crear proyectos y pensar que tenia una eternidad por delante para lograr alcanzarlos.

Manuel disfrutaba tranquilo de su caminata de rutina como cada día, cuando vio aparecer frente a él, a una joven que se acercaba, con el rostro erguido al viento y la mirada atenta a su alrededor, su melena alborotada parecía volar al son de las olas marinas, de su hombro colgaba una cámara fotográfica bastante voluminosa. Calculó a la ligera que tendría unos veinte años.

Sin ningún disimulo le lanzó un ¡hola! alegre y jovial, le tendió su mano de delgados dedos y se presentó como Alicia.

Habló sin parar durante algunos minutos, no vivía en el pueblo, estaba de paso buscando imágenes para un concurso y lo había visto esa semana, haciendo su habitual recorrido por aquel hermoso bulevar a la orilla del mar, que iba a dar a una antigua Iglesia barroca del siglo XVII y en tardes como aquella, se bañaba de amarillo atardecer.

Había observado como se detenía a mirar el horizonte, allí donde parecía dejar volar sus pensamientos, quería que él le permitiera capturar esa imagen, sentía que estaba llena de poesía.

Manuel sorprendido y halagado, también un poco cohibido la dejo hacer, simplemente dejándose llevar por la armonía de la tarde mientras contemplaba los colores cambiantes en la lejanía.

Después de ese día, no había sabido nada más de ella, solo quedaba la esperanza del verla si las cosas salían bien, pero las probabilidades eran pocas y sus ilusiones muchas.

Con la respiración entrecortada Alicia le mostraba la revista que llevaba en la mano, en la portada aparecía Manuel, el motivo perfecto. Un viejito sabio y simpático contemplando cuando el sol se acercaba a besar al mar. Ellos habían ganado el primer premio del Concurso de fotografía “Los ojos del tiempo”

martes, 19 de abril de 2011

SESOSTRIS





SESOSTRIS



Faltaban pocos minutos para que el reloj indicara las siete de la mañana, desde hacía media hora me estiraba y contaba los segundos para que mamá viniese a despertarme. Era domingo, mi día favorito, día de playa y de aventuras. Me esperaban Sesostris y sus misterios, emocionada e inquieta no podía dejar de pensar en aquel lugar.


Ya se escuchaban los pasos de mamá y el aroma a café por toda la casa, pero yo prefería esperarla acostada para sentir su cálido beso en mi mejilla y ese olor limpio y agradable que llenaba la cama de sonrisas cómplices en un simple “buenos días”


Partimos y durante el camino papá manejaba el viejo carro con destreza a medida que avanzábamos por la carretera serpenteante, mal pavimentada y polvorienta que conducía a Puerto Cabello. Yo, sentada en el asiento posterior, jugaba a imaginar por dónde íbamos pasando, habíamos recorrido esa ruta tantos domingos que aún sin mirar, presentía las sombras por la frescura, y sentía el olor salobre a mar cuando apenas se comenzaba a divisar a lo lejos.


Sentí que nos deteníamos, enseguida me quite los zapatos, presagiando la textura de la arena húmeda y fresca cerca de la orilla donde el señor Juan esperaba por nosotros para llevarnos hasta “Isla Larga”. Su bote también largo, tenía capacidad para quince personas, era azul y la pintura ya estaba un poco descascarada dejando asomar el blanco, casi como una reverencia de las olas al marinero que las navegaba día tras día. El Viejo Juan no era tan viejo, pero tenia el rostro surcado de experiencias marinas, el sol y la sal habían marcando caminos en su piel dándole aspecto de viejo de mar. Cuando me vio, guiño un ojo y me dijo.


-Tu barco te espera


Yo simplemente sonreí, sabía que me esperaba. Durante el recorrido me recosté en uno de los bancos para sentir el rocío de las olas salpicando mi rostro, mientras observaba los flecos del toldo, causaba mucha risa verlos plegarse todos en una misma dirección cumpliendo una orden imaginaria del viento. El motor con su ronquido monótono me arrullaba mientras el bote cabalgaba las olas, yo me dejaba llevar por mis fantasías.


Sesostris, inmenso, hermoso, imponente como su nombre cual faraón egipcio. Imaginaba sus bodegas y salones, descubriendo implementos marinos, instrumentos y cartas de navegación, enciclopedias, mapas. ¿Cuantas maravillas habría guardado dentro de si? Quizás por su cubierta habían transitado marineros de otras latitudes, a cargo de un Capitán muy bien uniformado al timón. Y él, majestuoso rompiendo las olas contra el viento.


La voz de papá me saco de mi ensueño. ! Habíamos llegado a la isla! Mis ojos lo buscaron inmediatamente, allí estaba tal como lo había dejado el domingo pasado, con su orgulloso mástil todavía apuntando al cielo, y su casco carcomido y oxidado, reposando en la arena, medio sumergido en el mar que lo acaricia, roto, herido pero siempre imponente, hundido hace más de 70 años.



El Sesostris partió de Alemania en 1939 a comerciar con las Américas cuando lo sorprendió la segunda guerra mundial y no pudo regresar, El capitán del barco alemán se mantenía a la expectativa, aceptando pasivamente las órdenes recibidas de las autoridades venezolanas, pero también listos para llevar a la práctica las instrucciones recibidas oportunamente, de su gobierno. Estas últimas eran claras y simples: la nave no debería caer en manos del enemigo en ningún momento ni bajo ningún concepto. Si tal situación fuera inminente, el barco tendría que ser hundido de inmediato.


Así se decidió su destino, y ahí está, reposando sus restos eternamente en el mar Caribe.


Un grupo de cinco personas nos acercamos al casco del barco y pudimos ver que era fácil recorrerlo, a poca distancia de la superficie se podían observar muchos detalles, el agua era cristalina y el sol iluminaba el fondo a poca profundidad. Con el equipo básico de buceo pudimos nadar sobre el barco y observar a los peces que se desplazaban en grupos, parecía una comparsa de carnaval exhibiendo sus extravagantes colores, y algunas especies, no se bien si tímidas o traicioneras, se escondían bajo los corales que ahora engalanaban la nave. La armonía de los colores, las plantas dejándose mecer por la corriente y jugando a esconderse apenas un pez se acercaba a besarlas, la gran variedad de formaciones coralinas simulando hermosos encajes tejidos por la naturaleza, y el silencio… el silencio era abismal, profundo, como un universo de luz y movimiento, solo perturbado por los latidos de mi corazón. Un par de medusas pasaron muy cerca sin interesarse por nosotros, parecían globos transparentes flotando en el cielo, un cardumen de sardinitas plateadas se coló a través de una abertura del barco y poco después las vimos aparecer por otro lado. Nos desplazamos a lo largo del barco, algunas partes sobresalían del agua, en otras podíamos ponernos de pie, la parte mas profunda se perdía de vista en una fosa donde habitaban especies de mayor tamaño.



Observaba ese amasijo de metales retorcidos y no dejaba de darles forma en mi mente. Retrocedía en el tiempo para sentir la algarabía de la tripulación al divisar las costas y descubrir las aguas transparentes y tranquilas a las que habían llegado. Ahora seguía lleno de vida, de una gran diversidad de fauna marina.


Al volver a la playa papá y mamá habían encendido una fogata y un olor especial se percibía en la isla, pues unas ramas de manzanillo ardían perfumando el ambiente y ahuyentando los insectos que al caer la tarde solían aparecer. El cielo ya se teñía con matices naranjas y amarillos, el mar cambiaba sus tonos turquesa y se tornaba gris, haciendo ver la espuma de las olas aún más blanca. Se acercaba el momento de regresar, a lo lejos se veía el bote del viejo Juan como un puntito en el horizonte, ya venia por nosotros. Una parte de mi se quedaba en el Sesostris jamás lo olvidaría, el mar, la arena y el viento seguirán transformando su aspecto eternamente.

Campos de sueños

    ¿Qué os puedo contar de los veranos en Carrión del Campo? Nos daban las vacaciones y en un par de días nos encontrábamos delante del Seat 850 de mi padre. Mis cuatro hermanos y yo nos contorsionábamos hasta lograr sentarnos en el asiento trasero, mientras mis viejos cargaban el equipaje en la baca. Después de asegurar, con pulpos, la montaña de maletas partíamos hacia la sierra. Tres horas y muchas curvas más tarde llegábamos al pueblo.


    En esa casita, donde vivían todo el año los abuelos, pasé los mejores momentos de mi infancia, aparecía al final de la general que atravesaba la población,era pequeñita, coqueta, con ese terreno trasero, mitad huerto y mitad virgen, que transformábamos en campo de fútbol, convirtiendo en porterías los tendederos de la abuela, fabricados con un mecanismo bastante complejo: una guita amarrada por sus extremos a sendos olivos. 
Salíamos después de desayunar, equipados con nuestros calcetines tapatobillos y unos pantalones con unas perneras que terminaban dos centímetros más abajo de las ingles, dejando al descubierto nuestras blancas piernas que poco después aparecerían salpicadas de moratones. A media mañana el partido se veía interrumpido por mi madre, que atravesaba el terreno de juego cargada con un balde lleno de ropa limpia. Iba tendiendo pausadamente las ropas que desprendían ese particular olor a jabón y que al mezclarse con el aroma del romero, del tomillo, de los rosales del abuelo, y de aquel verde inmenso que nos rodeaba, creaba una fragancia exclusiva que lo envolvía todo. Reina la paz en aquel paraíso infantil, hasta que algún balón pasaba cerquita de las inmaculadas sabanas colgadas. Mamá suspendía el partido, llamaba al responsable de último tiro y señalándolo, amenazante, con su dedo indice, le advertía de la posibilidad de dejarnos sin cine de verano si cualquier prenda era, siquiera, rozada por la pelota.
 Corríamos, saltábamos, convertíamos los árboles en castillos, esperamos sentados en sus ramas, oteando el valle, imaginábamos que subía por la ladera un poderoso ejercito envuelto en una densa niebla de polvo levantado por el galope de cientos de caballos. Adivinábamos sus claras intenciones de atacar y arrasar nuestra fortaleza, pero nosotros, capitanes audaces de los mejores soldados del reino, lo defendíamos hasta la extenuación y los cobardes caballeros huían pendiente abajo, asustados por tan valerosas huestes.


    Tardes de sol estival, de viento del norte, naturaleza en estado puro. Esta mezcla, regada con chorros de imaginación infantil, conducía inequívocamente a momentos inolvidables de una niñez sana.


    Así era mi hogar de Carrión, era el huerto de nuestros sueños donde cada verano recogíamos la cosecha de felicidad.





                        Carlos valdés Cervantes

jueves, 14 de abril de 2011

YO AVE


Desde mi ventana veo volar una pequeña Ave, inquieta y libre cerca de aquí con sus plumas largas y alborotadas cruzando el viento. Al mirarla de inmediato evoco el cielo, el mar y la libertad.
Me parece conocerla muy bien, es de lejana mirada, misteriosa y algo temperamental. Tiempo atrás, Ave se creía dueña de su voluntad hasta que un día se aventuró más allá y descubrió altos barrotes que marcaban límites a su vida. Ave está triste pero su determinación la lleva a derribar puertas. Ella, sueña con volar hacia el mar.
Ave herida busca consuelo, su trinar despierta a los duendes del bosque y vuela, vuela hacia la libertad. A veces, aletea con fuerza, defiende sus espacios y logra sus ilusiones, otras, la embarga la tristeza cuando vislumbra las injusticias que dominan el mundo.
El tiempo la hizo crecer mientras se alimentaba de los matices del cielo al atardecer, hoy su vuelo es más seguro, el batir de sus alas es más confiado, los muros quedaron atrás.
Ave Fénix, como en aquella leyenda renace en cada amanecer, hoy la veo radiante acercarse de nuevo a mí, nos miramos profundamente a los ojos y me permite soñar su historia.

miércoles, 13 de abril de 2011

Camino de la nada me encontré de todo

CAMINO DE LA NADA ME ENCONTRÉ DE TODO

Y si yo llorara, tal vez conseguiría salir de esta, pero nada. Me siento aquí, frente a la ventana mirando al nogal, manteniendo a duras penas la posición del loto. La espalda bien recta, los dedos unidos en un círculo. Me han asegurado que si me concentro en mi respiración mi mente se relajará y se quedará en blanco. Bueno, en principio me parece difícil, porque mi mente no puede más que concentrarse en lo incómodo de la postura. En fin, yo debo caminar hacia la nada, así que a por ella. No sé por qué dicen que así se conecta con una misma, porque yo solo consigo sentir el hormigueo de los pies que empiezan a entumecerse, la espalda que se contrae y tiende infinitamente al suelo y el michelín, que sube y baja rozándome los pechos, empeñados en no contradecir la maldita ley de la gravedad.¡Joder con la posturita! ¡Solo consigo sentirme irresistiblemente fea y gorda! Bueno, voy a encoger el vientre y a respirar pausadamente a ver, con garbo…. Inspiro, expiro, inspiro, expiro. ¡¡¡Coño con la mosca!!! ¡¡No tiene campo donde posarse!! Venga, otra vez. A ver, vientre dentro y….inspiro, expiro, inspiro, expiro….. Es que es una putada, el batacazo de mi madre ha sido infame y para colmo nadie disponible para ayudar. Los móviles solo sirven para hacer la puñeta, cuando hacen falta nunca valen, claro con no cogerlos hay bastante. Es lo que yo hago, luego digo es que no lo oí, es que estaba en silencio y se me olvidó, y llamo cuando me interesa. Pero cuando se lo hacen a una es otra cosa, sobre todo cuando de verdad te hace falta. Claro que los demás ¿qué saben lo que ha pasado?, Solo yo, que cogí el teléfono. Mira que hace tiempo que no tengo una buena relación con ella y nos hablamos poco, pues ¡¡tuve que cogerlo!! Bueno, la verdad es que menos mal, porque la pobre estaba hecha unos zorros, pero como la puñetera es tan” joía”, pues se pone a gritarme allí en medio ¡Y a preguntarme por mi hermana! ¡¡Cómo si yo no hubiera preferido que apareciera ella!! Para eso es la mayor, para solucionar. Pero no, no sé si es que tengo un karma de segunda o qué, pero los marrones siempre me tocan a mí. Y la mosquita de las narices ¡que no me deja en paz!. Esto del loto no sé a que viene, ¡vaya nombrecito! ¡¡como si yo flotara en un estanque con esta postura!! Si me meto de esta guisa me “jogo” como dicen en mi tierra, ¡¡¡y para conexiones internas iba a estar yo!!!. Ay ay auauu!! Voy a tener que moverme un poco, tengo el pie derecho frito,¡ dormido vaya! Es que estoy mayor para empezar con estos contorsionismos. No sé porqué narices le hago caso a mi amiga la esotérica. Bueno volvamos a la postura. Ya está suelto otra vez el michelín, venga gordinflón, ¡p’adentro otra vez! Eso es, así, retomemos el ritmo. Concentrémonos en respirar, veo el aire recorriendo mis pulmones, la sangre fluyendo por las venas llegando al estómago, envuelve el nudo, lo desata, y sigue hacia el vientre… ¡¡Aquí no entran ni a empujones!! que lo tengo bien contraído para que no se escape Diandra. Mira que ponerle nombre al michelín, ¡¡que cosas tenemos!! Hay veces que somos como niñas, Julia y yo jugamos con cualquier cosa, lo más gracioso es como se ofende la gente cuando le preguntamos por el nombre de los suyos. Parece que quieren olvidar su cuerpo y si no lo nombran no existe. Bueno yo a lo mío, relajemos a Diandra y sangre y aire para dentro, eso es, ahora a fuera, poco a poco. Y el bobo de Óscar que no llama, encima de que mete la pata ¡no es capaz de reconocerlo! Claro, que no sé porque a mí me tiene que dar por hacer el papelón de mujer madura capaz de reconocer las profundidades de la existencia! Es que no aprendo, hala! Yo voy y le pongo delante su debilidad,¡¡¡ a un hombre!!! Cómo si yo no supiera que eso no se debe de hacer, sobre todo si pretendes mantener la relación claro, porque si piensas dejarlo es el mejor método. Encima quedas como una señora sabia. ¡Sabihonda diría yo! Me está bien empleado, ¡¡por petarda!! Pero podía llamar porras,¡¡ que no cuesta tanto!! Y decirme que me echa de menos, que lo siente, que llevo razón, bueno esto último lo puede evitar que se lo aceptaría, pero que me diga que no puede vivir sin mí y está dispuesto a mejorar. Yo le echo de menos, eso tengo que reconocerlo, sobre todo por las mañanas al despertar, porque siempre me abraza y me besa junto a la oreja con muchísima ternura. No pues no, no lloro tampoco así. Veamos, cuando ha recibido el mensaje de esta mañana estaba con otra, y al leerlo le ha dado la risa ¡seguro! No, mejor, ha sentido un gran desprecio por mí y ha comprendido que no soy nada importante, que le gusta más la chica que tiene a su lado, que yo soy una engreída, prepotente que lo desafía continuamente y eso no le gusta. Decidido, no va a volver a verme. Pues tampoco funciona. En fin, mejor desisto de este viaje al desasosiego. La verdad es que no termino de comprender esto de la meditación, ¿qué perseguimos con ella?¿ Hacer de nuestro ombligo el centro del mundo?¿ Olvidarnos de todas las causas objetivas que nos hacen ser lo que somos y sentir lo que sentimos? ¿Convencernos de que todas las posibilidades dependen de una misma?¿ No pensar en las miserias cotidianas que convierten nuestras vidas en desiertos tormentosos? ¿No plantearnos que la codicia ha convertido este mundo en una tumba para cientos de seres desprotegidos y hambrientos?. ¡¡¡ Joder con la espalda, me está matando!!! Por este camino no voy a ningún sitio, claro la mente en blanco, eso es lo que hay que hacer. Venga la mente en blanco, el aire entra y sale, la nada me invade…… Pero, digo yo, ¡de qué sirve la mente en blanco?, si la función diferencial de nuestra mente respecto del resto de los animales es la de pensar,¿ por qué ahora resulta que hay que dejarla en blanco?. Creo que todo esto no es más que una conspiración de un grupo de desalmados para inmovilizar la capacidad de reacción de los individuos. Sospecho que solo son monsergas del sistema para adormecernos. Cuanto menos pensemos mejor, mientras nosotros meditamos ellos se hacen ricos, invaden países, sobornan gobiernos, y deforestan el planeta. ¿La nada? ¡¡ La leche!! Dicen que la religión es el opio del pueblo y esto no deja de ser una religión. Yo a la religión le añadiría el amor, también es opio. El amor también inmoviliza, sobre todo a las mujeres, que nos las tragamos todas por amor.¡¡ Mierda de loto y toda su casta!! Sí, el amor de los cojones, bueno, más que el amor el enamoramiento, que nos ayuda a justificarlo todo en un hombre con tal de seguir con él. Marla es el paradigma de eso, su chico le pone horarios para salir, le limita las amistades, le prohíbe beber y ver a ciertos amigos.. y ella tan contenta!!!. La ha convencido de que ella sola no se controla ¡¡Y se lo cree!! Así que ha aparecido el gran señor que dice que ella lleva 35 años sin control ¡¡Y sigue viva!! ¡Es una monstrua mi amiga Marla!, sobrevivir a 35 años de pasotes es una muestra de poderío físico sin precedentes. Debería de tenerlo en cuenta el señor, no vaya a ser que un día se sorprenda. Y digo yo, ¿un polvo vale tanto? Me parece que necesitamos mucho las mujeres para justificar un polvo Y si no,¿ qué hago yo aquí? Al fin y al cabo,¿ qué me diferencia de Marla? ¿Que aparento no permitir la dominación? Uff voy a estirar este pie, que desde que me lo rompí no riega bien y ya no puede más el pobre ¡Y esto si que es un dolor dominante! ¡¡Pero si como no llame me voy a arrastrar lo más grande!! Si yo ya lo sé, eso sí con mucha elegancia interior, pero ¡¡¡arrastrá!!! Y me permito juzgar a Marla, pero ¿qué hago yo aquí? tratando de pasar el tiempo , como si me importara esta leche de la meditación solo para que no se me haga eterna la espera de la llamada o el mensaje de Óscar, que además es el que ha metido la pata.¡¡¿¿ Esto lo voy a arreglar yo conectando en plena nada con mi interior, mientras la energía fluye por la Kundalini o como se llame??!! Como si esto no tuviera nada que ver con el combate de dominación que es la esencia misma de la pareja.¡¡ Se acabó!! Esta nada está demasiado poblada… Y se acabó porque yo me lo propuse y sufrí… no puedo evitarlo, cuando digo se acabó me sale la María Jiménez que llevo dentro. Voy a llamar a Julia para pegarnos un marchote, que cuando me emborrache seguro que me da la llantina y, con un poco de suerte, ligo. ¡¡¡Al polvo libre señora, oiga!!!

viernes, 8 de abril de 2011

Relato en primera persona

Era el catorce de julio, día de la fiesta nacional en Francia. Yo llevaba varias semanas en Paris haciendo un curso en la Sorbona, con la excusa de mejorar mi francés. Unos días antes había recibido la llamada de dos amigos brasileños, compañeros de la universidad, que se encontraban de vacaciones por Europa y con los que había quedado para asisti ...r juntos al desfile de los Campos Elíseos. Cuando llegué a la entrada del metro donde nos habíamos citado ya estaban esperándome y, tras los inevitables besos y abrazos, nos adentramos los tres en las profundidades bochornosas y malolientes del Paris menos glamuroso. El sórdido entorno no afectó nuestro ánimo, embriagados de pura felicidad por el simple hecho de estar juntos, de vacaciones y tener apenas dieciocho años.
Con cierta decepción descubrimos que medio Paris parecía compartir nuestro plan de acercarse a los Campos Elíseos para disfrutar de la fiesta. El andén estaba lleno de gente que, con estoica paciencia, aguardaba la llegada del próximo tren, deseando que no llegara demasiado abarrotado esta vez. Indiferentes al entorno comenzamos a trazar planes para ese día, sin prestar ninguna atención a los que nos rodeaban.
Cuando finalmente llegó el tren nos abrimos paso a empujones, siguiendo el ejemplo de los que nos precedían, y logramos entrar los tres en el mismo vagón, aunque bastante distanciados unos de otros. Yo era lo suficientemente incauta, aunque jamás hubiera osado reconocerlo en voz alta, como para confiar que un enorme bolso, colgado en bandolera y sin ninguna cremallera, sería un lugar seguro para mis limitados ahorros.
Apenas había arrancado de nuevo el tren, cuando una mujer de mediana edad, a quien la fortuna había sonreído otorgándole el regalo de un asiento, me miró fijamente y susurrando en voz baja, me indicó por señas:
- T’ont volé le portemonnaie –
Apenas entendí lo que me decía cuando algo en su mirada me hizo girar la cabeza y vislumbré un objeto oscuro que rápidamente cambiaba de manos. Miré directamente al joven que se encontraba pegado a mi espalda y supe que había sido él. Su mirada descarada, desafiante y el gesto con que me mostró sus manos, ahora ya vacías, confirmaron las palabras de la mujer. ¡Me acababan de robar la cartera!.
Tras los primeros segundos de desconcierto comencé a gritarle pidiéndole que me devolviera la cartera. Mi voz se elevaba de tono en un intento por conseguir la atención y, quizás la ayuda, del resto de los ocupantes del vagón. Pero sus rostros tan solo mostraban una mueca que iba de la rutinaria indiferencia al prudente alejamiento. Mis amigos, alejados de mí y sin posibilidad de acercarse para saber que estaba ocurriendo, comenzaron a preguntarme a gritos que pasaba. El chirrido de las ruedas del tren frenando para detenerse en la siguiente estación se sumó al estruendo que comenzaba a reinar dentro del vagón. Antes de saber que ocurría me vi empujada fuera del vagón por el mismo muchacho al que yo continuaba increpando. Mis amigos se abrieron paso a empujones, esta vez sin la consideración de minutos antes, y cuando el tren volvió a partir nos encontramos los tres frente a un grupo de seis o siete jóvenes que nos afrontaban con desafiante actitud.
Creo que fue en ese momento cuando comencé a temer que aquella situación se convirtiera en algo peor que una simple pérdida económica. Cambié el tono de mi voz, retadora e insultante hasta ese momento, y decidí apelar a su sentido del humor.
- Esta bien, tú ganas – le dije – Yo acabo de demostrar a mis amigos ser una auténtica idiota y tú, has demostrado a los tuyos, tener los dedos más hábiles de todo Paris. Así que me descubro ante ti – y al decir esto hice el gesto de quitarme un imaginario sombrero y realicé una histriónica reverencia.
El muchacho se quedó sorprendido y pude ver que uno de sus compañeros esbozaba una sonrisa.
- Solo te ruego – continué – que me devuelvas el pasaporte y el carnet de conducir. El resto es tuyo porqué te lo has ganado. Demuestra que eres un buen ganador y muestra clemencia con los que se declaran vencidos.
No sé si fueron mis palabras, mi patética actuación o las prisas por continuar su “trabajo” lo que le decidieron a dar un silbido dirigido a uno de sus cómplices, pero al momento pude ver mi cartera deslizándose por el suelo hacia mí. Cuando me incorporé después de recogerla todos habían desaparecido, dejándonos a los tres con la extraña sensación de haber sido tocados por la buena suerte. Ese día lo único que perdimos fueron unos pocos francos y pero a cambio ganamos una enorme sensación de alivio.

Diana Cerdá

miércoles, 6 de abril de 2011

Bienvenidos

Hoy es el sexto día del cuarto mes del año dos mil once, hace casi tres meses empezamos un viaje por las letras a bordo de un curso en linea que nos ha desfraudado a todos un poco. El lado positivo de todo esto es que nos conocimos, que comprobamos que existe gente como tu y como yo que adora leer y que anhela escribir. Pues bien ya tenemos grupo en Facebook y ahora INAGURAMOS blog.
Compañer@s BIENVENIDOS